jueves, 3 de febrero de 2011

LUDWIG WIGGENSTEIN VAMPIRIZADO POR THOMAS BERHNARD.


La obra teatral del sábado en Gijón sobre la relación del filósofo Ludwig Wittgenstein y sus hermanos a través del prisma, casi siempre retorcido a más no poder, de Thomas Bernhard, ponía en escena un personaje desquiciado, no iba a serlo si venía directamente del manicomio, de Steinhof, siempre al borde de la locura, que el autor utiliza a modo de ventrílocuo para soltar sus habituales diatribas contra todo y todos, y ya en este caso concreto, contra la hipocresía de la burguesía vienesa en franca decadencia. De ese modo, nada de lo puesto en escena tiene que ver con hechos reales ni nada por el estilo. Bernhard apenas se aprovecha de lo que pudo llegar a saber de la intimidad de la conocida familia Wittgenstein a través de su amistad con un miembro de ésta, Paul Wittgenstein, sobrino de Ludwig y con el que profundizó su amistad durante una estancia de ambos en un sanatorio. Desde ese punto de vista, salta a la vista la mala baba de Bernhard al aprovecharse de las confesiones que el sobrino pudo hacerle acerca de la personalidad "especial" de su tía y otros miembros de la familia.

En todo caso, y como de Bernhard y su mundo literario ya hemos hablado largo y tendido, el tema que ocupa está entrada no es tanto la verosimilitud o no de la obra teatral, que repito que no, como del uso que hace el escritor austriaco de la conocida figura del filósofo para, a través de él y ya convertido en personaje de su ficción, dar rienda a suelta a todas sus neuras literarias, las cuales no sólo dieron en la obra teatral que vimos recientemente, sino también en sus novelas Corrección y El Sobrino de Wittgenstein. El escritor toma prestada las confesiones de un amigo, a saber en qué condiciones, no olvidemos lo del sanatorio, y junto con lo que ya es de dominio público, que en el caso de Ludwig Wittgenstein lo era casi todo, pues no dio, y da, poco de hablar su más que peculiar biografía con sus idas y venidas de la Universidad de Cambridge a su cabaña en un fiordo noruego o sus repentinas y viscerales rupturas con todo para irse de maestro rural a lo más recóndito de la montaña austriaca, eso y las vicisitudes de su tormentosa vida familiar y sexual, lo convierte en el protagonista-marioneta de varias de sus obras con el único fin, apenas disimulado, de valerse de su innegable ascendiente intelectual, ni más ni menos que uno de los revolucionadores de la filosofía del siglo XX con su Tractatus logico-philosophicus -cuya intento de lectura para los que somos de entendederas tirando a cortas puede provocar una verdadera toma de conciencia de dicha cortedad- y ese otro en el se desdice de todo lo dicho en el anterior, Investigaciones Filosóficas, para hablar a través, no tanto de la figura histórica, como del mito del genio desastrado siempre al límite de la locura, ese que lo tenía todo y por eso mismo lo mandó a tomar por saco, con un pie en lo sublime y otro en el fango, capaz tanto del pensamiento más elaborado, del gesto más altruista, como de la mezquindad más extrema para con los suyos, por no hablar de la ingratitud hacia los que más le habían apoyado como el propio Bertrand Rusell. Sea como fuera, la atracción por una leyenda, un mito, al que alguien como Bernhard no podía sustraerse, ya fuera por cercanía geográfica como por mera empatía antes que afinidad filosófica (como todo buen escritor la percepción filosófica de la realidad de Bernhard que trasluce en su obra siempre se inclinó más hacia la filosofía más "literaria" de un Schopenhauer, un Nietzsche o un Kierkegaard, incluso por los aforismos del español Baltasar Gracían, que por la espesura conceptual y matemática de la lógica pura y dura del Tractatus. ), hasta el punto de hacer de su admiración o fascinación un ejercicio muy suyo de deconstrucción del personaje, esto es, vampirizarlo hasta dejarlo, como de costumbre en casi todos los libros de Bernhard, en un mero trasunto de sí mismo.

Así y todo, se trata de un ejercicio literario como cualquier otro, cualquier circunstancia vital o episodio propio o ajeno es susceptible de convertirse en materia literaria. El problema surge cuando el resultado del ejercicio de vampirización de un personaje previamente conocido, relega a un segundo plano la verdadera biografía de éste. No es el caso de Wittgenstein, al menos no del todo, pues abunda la bibliografía sobre el filósofo y si bien sucede, como en tantos otros genios de pensamiento, la ciencia o las artes, que éste trasciende más para el gran público por su biografía que por su obra, la verdad es que merece la pena recordarlo; el Wittgenstein de Bernhard no es el real, es un personaje suyo, de hecho es el escritor vestido de genio de la filosofía en una de sus múltiples caracterizaciones.

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