sábado, 14 de enero de 2012
ANTONIO LOBO ANTUNES
Entrevista a doble página en el Babelia a Antonio Lobo Antunes, si uno tiene maestros, modelos o algo parecido, siquiera solo en una milésima parte, he ahí uno. Como ya he hablado en este blog largo y tendido de A.L.A. me ahorro introducción alguna. Todo lo más aprovecho la contigencia para homenajear al autor de verdaderas joyas literarias, monumentos de la palabra escrita, que se dice así a lo rimbombante, como Os cus de Judas (1979), Conhecimento do inferno (1981), Auto dos danados (1985), As naus (1988). Tratado das paixőes da alma (1990), A morte de Carlos Gardel (1994), Manual dos inquisidores (1996), O esplendor de Portugal (1997), Exortação aos crocodilos (1999), Não entres tão depressa nessa noite escura (2000)Que farei quando tudo arte (2001), Eu hei-de amar uma pedra (2004), que son los que he leído de entre una extensa obra novelística y cronística, lo cual no deja de ser una verdadera gozada a sabiendas de todo lo que todavía me queda por meterme en vena dado lo prolífico de un tipo que a sus setenta y poco dice necesitar escribir todavía unas cuentas horas para sentirse a gusto consigo mismo.
En fin, me temo que esta entrada va a pecar de excesivamente encomiástica, así que procuraré finalizarla lo más rápido posible. A.L.A es un tipo con injustificada fama de huraño debida a sus salidas de tono en más de una entrevista, el cual, sin embargo, también demuestra en más de una de éstas su lado irónico, sumamente ingenioso y, algo verdaderamente escaso, una inusitada capacidad lírica para observar las cosas. Siendo así, no se me ocurre otra cosa para el homenaje en cuestión que transcribir algunos parrafos que hay por ahí de sus novelas más destacadas, aquellos que pueden ayudar a atisbar el sabio burlón y sumamente poético que se adivina en todas y cada una de sus novelas cargadas de un lirismo tranquilo, comedido, justo, producto de una mirada tan humana como exquisita, un finísima ironía a camino entre la saudade y la simple mala leche, y, muy en especial, una complejidad técnica y conceptual que sólo puede maravillar por muy cuesta arriba que pueda parecer a veces su lectura, por muchas veces que haya que escalar esas cimas literarias que construye.
[editar] La muerte de Carlos Gardel (1994)
...e imaginé a otro hombre con las falanges rozando el suelo y respirando por medio de agallas eléctricas que le insuflaban aire en los pulmones muertos.
Una mujer desgastada por cincuenta años de desilusiones ya ni siquiera menstruando, ya ni siquiera mujer, que desistiera de defenderse de la edad con cremas y pintura.
(El amigo de la infancia que triunfa, consciente de su papel de amigo de la infancia que triunfa).
...irritada contigo porque eras incapaz de vislumbrar que era a ti a quien necesitaba, que estar con ellas era una forma de serte fiel, de gritarte -Te amo.
...y en medio de violonchelos y pianos Carlos Gardel cantando, en la buhardilla de Benfica, Lejana Tierra Mía, con una voz que hería como un cuchillo cavando un surco entre tendones y músculos, entre huesos pulidos y cartilagos que chascaban.
Exhortación a los cocodrilos (fragmento)
" Recordaba una figura de tamaño natural, llamada Madame Dolores, a la que se le metía una moneda en el ombligo y soltaba una tarjeta con el futuro impreso, todos los futuros idénticos, una enfermedad grave pero curable, la boda con un caballero bondadoso, un viaje en barco, una herencia inesperada, y de hecho la figura acertaba porque realmente los futuros eran todos iguales.
(...)
Cuando me aplican el suero en el hospital, la sala del tratamiento es un acuario de peces acostados que lanzan al techo burbujas de palabras, verduscos, transparentes, sin pelo, desfigurados por la delgadez, extendidos en la arena de las sábanas con el líquido que cura el cáncer bajando hacia el brazo y los dientes y la lengua moviéndose siempre. "
OS CUS DE JUDAS
Pode apagar a luz: já não preciso dela. Quando penso na Isabel cesso de ter receio do escuro, uma claridade ambarina reveste os objectos da serenidade cúmplice das manhãs de julho, que se me afiguraram sempre disporem diante de mim, com o seu sol infantil, os materiais necessários para construir algo de inefavelmente agradável que eu não lograria jamais elucidar. A Isabel que substituía aos meus sonhos paralisados o seu pragmatismo docemente implacável, consertavas as fissuras da minha existência com o rápido arame de duas ou três decisões de que a simplicidade me assombrava, e depois, de súbito menina, se deitava sobre mim, me segurava a cara com as mãos, e me pedia Deixa-me beijar-te, numa vozinha minúscula cuja súplica me transtornava. Acho que a perdi como perco tudo, que a sacudi de mim com o meu humor variável, as minhas cóleras inesperadas, as minhas exigências absurdas, esta angustiada sede de ternura que repele o afecto, e permanece a latejar, dorida, no mudo apelo cheio de espinhos de uma hostilidade sem razão. E lembro-me, comovido e suspenso, da casa do Algarve rodeada de ralos e figueiras, do céu morno da noite tingido pelo halo longínquo do mar, da cal das paredes quase fosforescente no escuro, e da violenta e informulada paixão das minhas carícias que pareciam deter-se, irresolutas, a centímetros do rosto dela, e se dissolviam por fim num afago indefinido. Penso na Isabel, e uma espécie de maré, tensa de amor, indomada e vigorosa, sobe-me das pernas para o sexo, endurece-me os testículos em crispações de desejo, alarga-se-me no ventre como se abrisse grandes asas calmas nas minhas vísceras em batalha.
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