viernes, 6 de enero de 2012
LA PLAYA DE LOS AHOGADOS - DOMINGO VILLAR
Creo haber escrito anteriormente que me había propuesto dedicar entradas a las lecturas de libros que única y exclusivamente me merezcan la pena recomendar al prójimo. Nada de hacer crítica literaria o por el estilo de lo que leo. Sólo mencionar libros que merecen la pena ser leídos y como mucho explicar por qué.
Este de LA PLAYA DE LOS AHOGADOS es el segundo que leo del escritor gallego Domingo Villar, el segundo de la serie del inspector Leo Caldas y su ayudante, el impulsivo aragonés Rafael Estevez. Si ya la primera de la saga, OJOS DE AGUA, me encantó, me sació como aficionado al género y que, muy por encima de la trama exclusivamente policial, para mí siempre una mera excusa, espera de él un mínimo de talento literario, esto es, una escritura personal, una recreación otro tanto de un ambiente o entorno concreto, una caracterización de personajes más allá del tópico o los esquemas al uso, esta última puede que todavía lo haya hecho más, siquiera sólo porque está ambientada en la costa gallega, tiene a los pescaderos como protagonistas, y eso, qué remedio, me trae mucho recuerdo de kresala, de olor a salitre de las vacatas de la infancia y algún que otro apunte familiar.
Y como lo último que se me ocurriría sería destripar trama alguna, eso y que el argumento está en la red al alcance de cualquiera, me parece que ya he señalado las razones por las que merece ser leída esta novela, las razones por las que no defraudará a ningún aficionado al género o simplemente a la buena literatura. Más bien todo lo contrario, esta es una novela negra ejemplar, con protas perfecta y hasta entrañablemente caracterizados, con un entorno tan reconocible como nuevo de la mano de alguien que lo conoce de primera mano, con un argumento perfectamente hilvanado y llevado, una joyica, que suelo escribir.
Pero ya que estoy hablando de un ejemplo de novela negra de primera, voy a aprovechar este último párrafo para despotricar una vez más contra las modas editoriales que nos llenan las librerías de supuestas novedades nórdicas, tanto de autores que de verdad merecen traspasar fronteras como Mankell, Larsson, Indridason, como de tanta mediocridad anodina que nos llegan a rebufo de los primeros, aprovechando el tirón para que la editorial de turno haga caja a cuenta de la inercia del lector que se lo traga todo, que no distingue o simplemente cree que puede repetir la buena experiencia tenida con uno de los buenos comprando otros que sólo tienen en común con los primeros la nacionalidad. En fin, entiendo y además comparto el interés por leer de otras latitudes, países, sociedades, sacia cierta curiosidad y aporta más de un dato que no sabíamos. Sin embargo, resulta triste que el mercado se vuelque en autores cuya única carta de presentación es la sonoridad alógena, escandinava más bien, de su apellido, y no su calidad, con el único fin de satisfacer una demanda de novela negra cada vez más alta. Resulta triste que se despilfarre en naderías nórdicas cuando casi se desdeña la alta calidad de la novela negra propia, la que trata de la sociedad a la que pertenecemos, la que levanta acta de nuestro presente, autores de la talla de: Eduardo Mendoza, Francisco González Ledesma, Manuel Vázquez Montalbán, Lorenzo Silva, Alicia Giménez Bartlett, Eugenio Fuentes, Paco Ignacio Taibo II, Andreu Martín, Montero Glez, Jorge Martínez Reverte, Carlos Salem, Juan Madrid, Juan Bolea, Juan Ramón Biedma, Oscar Urra, Javier Otaola, Francisco Pérez Gandul, Mario Lacruz, Rodolfo Walsh.
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