jueves, 5 de enero de 2012

"MIREN" POPPINS Y EL TRITÓN


Lunes por la tarde, llevamos los críos al teatro, a tomar el aire más bien, que todo el santo día en Berrozti como que se nos mustian, empiezan a coger más manías de lo habitual, lo que les pasa a mis padres. Como bajamos antes de la hora, toca dar un paseo por una zona de la ciudad que a mí, que he crecido justo en el otro extremo, en la Avenida Gasteiz, primero en el 47 y luego en la Plaza Armesto perpendicular a ésta, se me hace particularmente querida por los recuerdos que tengo de pasear con mi padre por la calle Francia y Jesús Obrero viniendo por Molinuevo. Paseos de niño de la mano de papa, por lo general el sábado o el domingo a la tarde, yo no sé si para tomar el aire, estirar las piernas o cansarme para que diera menos la tabarra a la vuelta, eso o porque mi madre nos echaba a la puta calle para estar un rato a solas consigo misma. Entonces andábamos mucho y por toda la ciudad. Y aunque también recuerdo que la mayoría de esos paseos lo eran por nuestra zona, al oeste de la ciudad, ya digo que esa zona de la calle Francia y alrededores se me hace especialmente entrañable y no sé por qué. Supongo que algo tendrán que ver las rabas de la Bilbaína con vermut que nos llevaban a tomar los mayores los domingos a la mañana, o la vieja estación de autobuses y el ambientillo de idas y venidas que se respiraba en sus contornos con bares, pensiones y yo qué sé. Luego ya, metidos en nostalgias, entramos a tomar un café al Ochandiano. Casi hay que pasar la mopa para quitar el polvo del tiempo, que fue entrar y darte de bruces con tus veinte años, los que tenías la última vez que entraste a tomar un pote a esa tasca para la que, no es que no pasen los años, es que directamente les han prohibido el paso. Y me encanta que así sea, que entres y te encuentres una estampa de como solían ser la mayoría de las tascas antaño; poco más que un cuarto trastero de cachivaches publi-terruñales sobre y detrás de la barra, entre platos de pinchos, botellas de vino y garrafones de licores varios con guindillas incluidas; a destacar los "uztarris" (yugos de bueyes) y las cestas de jugar a pelota colgadas en las paredes, los múltiples cuadros con fotografías en sepia de la ciudad y los carteles de ahora y entonces anunciando tripadas de la cuadrilla de blusas que se reune allí, las fiestas del pueblico de turno o el de aquí se puede hablar de política, pero sólo para hablar bien del PNV... Los listos del barrio le dirían cutre, rancio, trasnochado, a esta decoración; claro que estos son los mismos que luego entran a un pub en Dublin o a una cervecería en Praga y cuando ven lo que ven les parece el colmo de lo pintoresco, auténtico, que no se pierda, por favor, que no se pierda, ya cuando vuelva a Vitoria monto un pub irlandés y lo lleno de foticos y trastos que le den un aire así como viejuno, chic de cojones. Me temo que para la próxima cena con L&B, y los que se apunten, voy a dar el coñazo para ir al Ochandiano (a este o al Gaona, que ya hablaré, ya, pero de las asadurillas, los patorrillos o el hígado encebollado no se libra nadie para la siguiente...)

Y tras el pelotazo nostálgico a llevar los nenes a ver Miren Poppins (sí, escribo bien, Miren y no Mary, se supone la versión local de la niñera inglesa) en el local que los del Laboratorio de Arte Escénico ORTZAI tienen en la calle Pintorería de lo viejo. Si es que todavía se llama así, porque de camino al local hubo un momento que me despisté -me pasa a menudo- y cuando quise darme cuenta de dónde estaba casi exclamo: ¿coño hacemos en Marraquesh? Puede que la profusión de tipos morenos de pelo ensortijado y mujeres con el hijab emitiendo sonidos exageradamente guturales, así como la escritura cuneiforme de muchas de las tiendas y pintadas, me indujeran a error; pero no, seguíamos en Vitoria, sólo que la ciudad ha cambiado lo suyo en apenas un par de décadas, y que como lleves mucho sitio sin aparecer por según qué sitios no es extraño que creas que te has perdido. Eso si no empiezan a cambiarte también los nombres de las calles, como que va a llegar un momento, si no es ya así, que en vez de referirte a Barrancal o Barrenkale, vas a tener que hacerlo como Al-Barran-Khale; supongo el signo de los tiempos.

De cualquier modo, entramos a ver a Miren Ponppins y es empezar la obra y recordar por qué ya la película me daba una grima que te cagas. Recordar que los niños me parecían unos repelentes de cuidado, la madre la típica burguesa soplapollas que no se enteraba de la misa la media, en sus nubes, la criada de lo más carca y rastrera que uno se pueda imaginar, el deshollinador un tipo pringoso, y la prota, la Ponppis del paragüitas, la tipeja más grimosa que uno se pueda echar a la cara. Pero bueno, esas son las neuras infantiles de uno, que no me tiene porque gustar todo, supongo. Con todo, reconozco que la obra en cuestión estaba muy bien currada, las actuaciones en general más que correctas (si bien la diferencia entre el profesional que hacía de Ponppis y los aficionados era más que evidente, lógico) y la puesta en escena, teniendo en cuenta lo sobrio del escenario y la cercanía con el público, excelente.

Por otra lado, tampoco estaba uno como para fijarse en mucho, que entre mis prejuicios iniciales hacia la historia de la Ponppis y compañía, y el flash que me supuso la aparición en escena del cabecilla de todo ese tinglado de ORTZAI, el avezado actor vitoriano Iker Ortiz de Zarate, caracterizado como la Miren, que me dejó sin palabras por su parecido increíble al actor irlandés Cillian Murphy en Desayuno en Plutón, con lo que estuve todo el rato rememorando la película y el personaje de ésta, apenas presté atención a la obra. De modo que para verdaderos críticos, o amagos de, los niños a los que iba dirigida la obra. Al mayor de los míos le encantó, como intuí que también al resto. Si a eso le unes que el crío todavía se acuerda de la función pasado un par de días, ya puedes decir que misión cumplida y con creces.

Otra cosa muy diferente sería preguntarle su opinión al pequeño, el cual asistió a la función encantado, obnubilado más bien, hasta el momento en el que la actriz que representaba -interpretar, interpretar...- a una conocida fuente con forma de tritón del parque vitoriano de La Florida, abandonó su hieratismo inicial para ponerse a cantar de un salto con una vocecilla que hasta a mí me provocó un escalofrío. En ese momento, el crío, que es listo y sabe donde está la fuerza, saltó del regazo de su madre para correr a los brazos de su padre. Y ahí lo tuve aferrado a mi pecho entre temblores cada vez que aparecía el tritón en escena. Por si fuera poco, al final de la función los actores nos hicieron el pasillo a la salida para agradecernos la asistencia y recabar nuestras impresiones sobre la obra, con tal mala suerte que fue llevar en brazos al enano y darnos de bruces con el tritón de marras; la cara de espanto de Mk es de las que no se olvidan.

Pero bueno, en cualquier caso sirva de muestra de las diferentes lecturas o impresiones que se pueden sacar de una obra teatral, cómo lo que para un servidor era una empalagosa, ñoña, rancia y sumamente carca historia alrededor de un personaje insoportablemente grimoso como la Ponppis, para otro fue una entrañable historia de niños con divertidos números musicales y guiños humorísticos, y para el pequeño Mk, en cambio, una verdadera función de terror. Será eso que llaman lo maravilloso del teatro.

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