jueves, 26 de enero de 2012

JUECES Y JURADOS


Según la wiki la cuestión subyacente en la institución del jurado popular es la alternativa entre si un juicio lo deben resolver personas profesionales del derecho (juristas), o personas no versadas en el mismo y, por lo tanto, menos influenciadas por los tecnicismos de la ley. Más aún, otra de las ideas que influyen en la existencia de jurados es la participación ciudadana en la administración de justicia como una forma de verdadera democracia directa y vinculante.

Así leído resulta hasta bonito, puro idealismo, una institución incluso lógica, inexcusable en cualquier sociedad democrática, civilizada, madura, con un alto grado de formación de sus ciudadanos, siquiera solo en lo concerniente a saber discernir debidamente entre lo que está bien, es de ley, o no lo está y no es de ley.

Pero, ay, ay, estamos en España, sociedad perfectamente democrática, civilizada, madura e instruida ande las hayga, y aquí un jurado popular absolvió a un acusado de la muerte de dos ertzainas porque consideraron que el pobre chaval que les descerrajó dos tiros llevaba un tiempo sintiéndose acosado por la policía autonómica, que si el contencioso, el no me voy a meter en camisa de once varas que luego me queman el coche, la casa y hasta me pueden soltar un par de hostias si paso cerca de la txozna equivocada, que a ver si a mí me van a poner también escoltas, quita, quita; pues nada, Mikel Otegi a la puta calle, y de ahí corriendo a cruzar la muga para apuntarse a un comando; si hacen la película no van a saber si calificarla de drama o pura comedia.

También en Galicia un jurado popular hizo lo mismo con un tal Jacobo Piñeiro que se cargó a dos compañeros de piso homosexuales porque se sintió acosado por éstos y temía por la virginidad de su trasero. Así pues, según el veredicto del jurado popular, Jacobo Piñeiro fue considerado no culpable de los asesinatos de Isaac P.T., y Julio A.L., a los que asestó 57 puñaladas "en legítima defensa" y llevado por un "miedo insuperable". Luego ya lo volvieron a juzgar y condenar por haber prendido fuego al piso; pero claro, vas a comparar un incendio con un doble asesinato...

Así que hablamos de una preciosa figura jurídica que sirve tanto para juzgar a un filoetarra en un territorio dominado por sus camaradas o por el miedo a éstos (todavía no sé como además de absorverlo no lo nombraron también "hijo predilecto" o algo por el estilo de su pueblo, ya puestos...), como para demostrar que en Galicia un porción considerable de la ciudadanía no tiene muy claro eso de que a partir de la trigésimo cuarta cuchillada ya no se puede hablar de legítima defensa sino de matanza del cerdo... del cerdo maricón que me ha mirado mal, se ha relamido mientras me miraba, así que toma, toma y toma...

Y claro, por supuesto, faltaría más, quién soy yo para hacerlo, ni se me pasa por la cabeza comentar o insinuar lo curioso de recurrir a un jurado compuesto por ciudadanos corrientes para juzgar a un notario personaje público de su comunidad, allá donde las mayorías absolutas se pasan por el forro del traje regional de la fallera mayor, la corrupción, el caciquismo, la incompetencia de sus políticos, cómo no si la culpa siempre es de Zapatero o de alguien de fuera, así les arruinen la comunidad hasta cotas helenas, por un asunto que está todos los días en los periódicos y sobre todo en las tertulias televisivas tipo Intereconomía y derivados; ¡no hija, no!

¡Ah, por cierto! Y Elena, qué maja la infanta, no sabía nada, no se enteraba, ella veía sus cuentas llenas y pensaba, ¡será la paga de papá? Alucinante, ellas nunca se enteran de nada, están ahí, a su lado, ven que se compran un chalé de lujo, un coche otro tanto, y no preguntan, ¿para qué?, cosas de mi maridito, todo el día fuera de casa, un sinvivir.

En fin, será que los jueces están muy ocupados puteándose..., perdón, juzgándose unos a otros, y que necesitan de la sabiduría del pueblo para realizar su trabajo, será que hoy como en el Siglo de Oro sólo nos queda el derecho al pataleo como en la sátira poética de Quevedo:

A UN JUEZ MERCADERÍA

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,
cuando los interpretas, los ofendes,
y al compás que la encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,
y sólo quien te da te quita dudas;
no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,
o lávate las manos con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judas.


Francisco de Quevedo y Villegas

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