martes, 17 de enero de 2012

POCHO Y POTXI


Pocho de cojones, aunque no tanto como el canijo que ha pasado una noche terrible, tos sorda, fiebre y supongo que también dolor de tripa o/y pecho. Esto último más que nada porque al pasar todo la mañana de ayer con él en seguida he caído yo. Pero claro, qué importa el malestar de un padre al lado del de su retoñín. En breve me lo llevo a la pediatra, miedo de que se trate de una neumonía o por el estilo. Manía que tiene el cabrón de destaparse por las noches.

De modo que he pasado una noche de lo más empática con el pequeño, con dolor de tripa, cabeza y sobre todo de pecho, pensaba que me iba a estallar este pecho toro que tengo, eso y la puta tos sorda, que cada vez que toses sientes un erupción volcánica en tu interior. Claro que nada comparado con la desazón de un crío de dos tacos y medio que entre la fiebre y la toses encima preguntaba todo asustado por el Rex, esto es, por cualquiera de los dinosaurios carnívoros de su hermano que le provocan pavor, no te digo ya uno que se mueve y emite rugidos, sale corriendo cada vez que lo enciendo, que está de un mono cuando levanta las manos para tranquilizarse a sí mismo diciendo "¡¡no tà, Rex no tá!!", si bien eso a las cuatro de la mañana maldita la gracia que hace, oyes.

Estoy pocho y cuando abro la web del periódico del terruño me encuentro el careto de Potxi, el camarero del Upabi, un café-bareto del ensanche vitoriano, en portada. Parece ser que los del Upabi celebran su aniversario no sé cuantos y que para ello han tomado la iniciativa de retotraer los precios de las consumiciones a los del 2001, en plan, eso dice el Potxi, de hacer ver a la peña que tampoco los han subido tanto.

No entiendo nada, dice que lo hacen para eso pero recuerda que en el 2001 una cubata valía 5€ y ahora de 10€ para arriba, que un café estaba a 1€ y ahora por menos de 1,50€ no encuentras nada, que el zurito estaba a 0,75€ y ahora... ¡ahora qué cojones sé yo si hace un siglo que no tomo zuritos, que no bajo de la caña...

En fin, tonterías para promocionar el negocio, esta bien, original, tiene su miga. Luego en la noticia también cuentan chascarrillos relacionados con la historia del local. Anécdotas como la de «Un día, por ejemplo, un Guardia Civil sacó la pistola y se sentó junto a un chico al que quería detener, ya que pensaba que estaba relacionado con el terrorismo. Al final, el chaval no resultó ser quién pensaban que era»; lo que no cuenta si luego el picolo por lo menos tuvo el detalle de pagarle la consumición al chaval, que me da que no. En fin, escenas del paisito, dan para unos cuantos libros y casi siempre para recrearse en lo más chusco, si bien con sus inevitables dosis de drama.

Dice Potxi que el Upabi ha sido una especie de Cheers a lo largo de estos últimos años. Doy fe de ello por lo que me toca. Nosotros, los amiguitos, la cuadrilla mal y bien avenida, solíamos quedar los sábados a la noche allí antes de comenzar nuestra ronda nocturna o irnos de cena por ahí, a partirla. Eso cuando no acabábamos la noches tomando la espuela mientras echábamos una txiza, un meo, antes de regresar al hogar dulce hogar. En el Upabi tuvimos largas charlas, alguna que otra bronca, echamos muchas risas y, sobre todo, esperábamos largo y tendido a los más tardones, los que siempre llegaban media o ya directamente una hora más tarde, los que no llegaban y te pillaban en el siguiente; en definitiva, una falta de formalidad en eso del poteo que clama al cielo.

Y en el Upabi también solíamos pegar la hebra con el Potxi, que nos hablaba de sus pinitos con los relojes y las joyas, de las tribulaciones de un conocido joyero local, de esto y lo otro, vamos, de éste/a y de ése/a. Y ahí está el pavo, igualico que hace diez años. Tampoco me pilla de sorpresa porque apenas hace un par de meses que volvimos a quedar con B&L en el Upabi antes de entrar a cenar en el Tximisu. Decir que me pareció entrar en el túnel del tiempo es poco, la verdad es que tuve la impresión de que nunca nos habíamos ido, como que en una de esas le mire a mi señora, vamos, actual pareja (sé que ésto la escuece, y como uno es cabroncete por naturaleza...), la santa madre inmaculada de mis hijos, y casi le suelto: ¿y tú quién coño eres, majaaaaa?

Pues eso, nostalgipolleces o la prueba inequívoca de que, sin haber cambiado tanto, cada día nos hacemos más viejos.

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