domingo, 22 de enero de 2012
Y SUMA Y SIGUE
La muerte del disidente cubano Wilman Villar, uno más, me trae de nuevo a la cabeza la insoportable hipocresía o desfachatez de cierta izquierda que se dice numántina a fuerza de hacer virtud de la contumancia en el error, la que se dice la más comprometida, la más molona, la de las esencias puras que presume de no haber renunciado nunca a sus ideales aunque de entre estos hay que destacar la admiracíón y sostén de regímenes como el cubano.
Uno entiende las motivaciones de juventud, de una época en la que cierto socialismo utópico, supuestamente revolucionario, colmaba las ansias de justicia e igualdad de la parte más idealista de varias generaciones, los unos porque padecían en sus propias carnes los desmanes de un sistema no sólo imperfecto sino en muchos aspectos criminal, el mismo que alentaba y sustentaba tiranías como las del Cono Sur o guerras a lo largo y ancho del tercer mundo con la chequera en los bolsillos de sus respectivos agentes diplomáticos o agentes comerciales, o los otros, aún proviniendo de sociedades y clases sociales acomodadas, por un elevado sentido de la justicia. Siendo así, y con toda la desinformación, esto es, propaganda de por medio a un lado y otro, se comprende que en aquellos tiempos de brumas ideológicas e informativas muchos apostaran por el modelo del llamado socialismo real, el que al otro lado de un más metafórico que efectivo Telón de Hierro mantenía a miñones de individuos bajo el yugo de todo tipo de tiranos amantes de planes quinquenales, criminales amantes de sí mismos como Stalin, Mao o Tito, o verdaderos tarados a lo Pol Pot o Ceacescu. Los ciudadanos de aquellos países sólo querían ser libres para creer que podían elegir su destino, el socialismo real ni siquiera les permitía el autoengaño, de hecho les planificaba hasta las ilusiones, era un padre autoritario y plomizo que sólo te podías quitar de encima yéndote a vivir con la vecina, al otro lado del Telón de Acero.
Cayó el telón y con él se quedaron al aire las vergüenzas de un sistema que oscilaba entre lo patético y lo criminal. Con el telón famoso también se les cayó muchos la venda de los ojos; no era el paraíso, más bien todo lo contrario. Pero no a todos, cierta izquierda obcecada en no quitarse la venda, siquiera no del todo, renegó de los más evidente, lo inasumible, como que hasta acusaron a sus viejos camaradas se haber traicionado con sus crímenes y desmanes el espíritu del verdadero socialismo; no fue el sistema, fueron los que lo administraron.
Ya, ya, lo que tú quieras, el que no se consuela es porque no quiere, el que no es capaz de enfrentarse a la verdad en toda su crudeza seguirá engañándose por los restos, inventando matices que pretenderá pasar como enmiendas a la totalidad, refugiando sus ansias de utopía en quimeras tipo Ché, Castro y demás héroes de Sierra Maestra, que son como más de casa y por ello puede que hasta más auténticos, aferrado al supuesto idealismo de un sistema como el cubano cuyos fallos y excesos siempre serán culpa de otros, en especial del enemigo americano y su criminal bloqueo, de la conspiración capitalista judeo-masónica de turno.
Que luego ese sistema persiga y encierre a disidentes como Zapata o Villar, poco importa, se está defendiendo, que permita que éstos mueran en huelga de hambre tampoco les compete, culpa de ellos, que son unos fanáticos contrarrevolucionados. Su revolución siempre saldrá inmaculada e indemne de cualquier embate propagandístico. Poco importa que la mayoría de estos exégetas del castrismo no resistirían mucho tiempo viviendo bajo ese mismo yugo que ensalzan pese a quien pese, que no podrían aguantar la falta de libertad de la que hacen uso en sus respectivos países y a los que encima juzgan a años luz de Cuba en muchos aspectos. El castrismo está muy bien para unos mojitos y una juerga en la Casa de la Trova en Santiago, para darse un garbeo por la Plaza de la Revolución en la Habana; a la larga, en cambio, puede resultar pesado, hace mucho calor y quieras o no acabas cometiendo actos contrarrevolucionarios como templar con una mulata a cambio de unas botellas de aceite del supermercado para turistas con dólares, una pena.
Habría que mandarlos a Cuba a compartir la suerte de los once millones de cubanos que se levantan cada mañana para "resolver" el día como mejor pueden. Pero claro, el pujo de querer presentarse en la plaza pública como el más idealista, revolucionario, comprometido, del rebaño es superior a cualquier amago de coherencia. A decir verdad, se trata de todo un síntoma que aqueja a muchos individuos desde tiempos inmemoriables a la búsqueda de algo con lo que darle sentido a su presencia sobre la tierra, que afecta incluso a comunidades enteras que un día se levantan poseedores de la única verdad verdadera, convencidas de ser el pueblo elegido de turno, y encima se empeñan en hacer proselitismo a toda costa entre la masa despreocupada, indocumentada o simplemente egoísta, despertar conciencias con la palabra o a palos, poco importa si el fin justifica los medios, y si no me hacen caso, me cojo mi Mayflower y me cruzo el charco con los míos a fundar mi propia sociedad perfecta, eso o me monto un Gulag para ir tirando.
Lástima que el resto estemos siempre tan equivocados, que no podamos ver las cosas tan claras con las ven otros, que no sepamos distinguir el rábano de las hojas y de ahí esa insistencia en fijarnos en menudencias como la vida de un ser humano que además era esto o lo otro, lo que le venga a bien colgarle el ministerio de desinformación de turno con el único fin de justificar lo injustificable.
Escribo esta diatriba a toda hostia y cualquiera podría pensar que cuando hablo de esa izquierda de convicciones tan numantinas como casposas me viene a la cabeza los rostros de conocidos soplapollas como el Willy Toledo. Puede que sí, pero me temo que todos tenemos nuestros soplapollas particulares, siquiera ya solo en el recuerdo. Yo cuando leo cosas como la de la muerte de este disidente cubano me acuerdo de mi compañero de viaje a Cuba, con el que me fui más que nada por descarte, un sindicalista de CCOO que llegó a la isla del lagarto como el que arriba por fin a la tierra prometida y no está dispuesto a permitir que la realidad le desmienta nada de lo que había preconcebido acerca del mismo. De hecho, lo primero nada más bajarse del avión fue ir corriendo a comprarse un póster del Ché, no se fueran a acabar con la escasez que le habían dicho que había de artículos de primera necesidad, a ver si luego iba a volver a casa con las manos vacías para que le dijeran: ¿tú qué has estado haciendo en Cuba, entonces, tirándote jineteras?
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