domingo, 20 de marzo de 2011

DE LIBROS


Domingo a la mañana, el enano lleva jodiendo desde las siete, en realidad toda la noche, pero contentos porque aparte de la vomitona de la una el resto apenas han sido amagos o, como diría Rajoy, "hilillos". Luego ya a eso de las ocho, cuando se ha despertado el mayor, que solo se despierta tan pronto cuando es sábado o domingo (sí, en efecto, ganas de joder, están programados para ello), me los he llevado al salón para que jueguen o vean dibujos mientras su madre duerme a lo ceporra satisfecha.

Pues ahí estábamos con una cosa y otra, yo controlando la muchachada desde el sofá, hasta que al enano se le ha ocurrido uno de sus pasatiempos favoritos: sacar libros de la estantería para estamparlos contra el suelo. No me apetecía nada agacharme así que le he pegado un NO lo suficientemente contundente para que empezara con sus habituales pucheros. Pues esta vez no le ha dado por el lloro, tampoco se me ha rebelado en plan, "¿no quieres que los tire al suelo?, ¡pues ahora te los tiro a ti a la cabeza, mamarracho!". No, ante mi recriminación lo único que ha hecho el enano ha sido darme en mano los libros que iba sacando. Entonces, por mera curiosidad, he mirado qué me iba trayendo: un coñazo supino de Onetti, la Genealogía de la Moral de Nietzsche, el ensayo Sobre la Felicidad de Séneca, una cosa rara que debía pertenecer a mi tio Les Paysans dans la lutte de classes de un tal Bernard Lambert, muy de su época, una novela del Murakami y otra del Mishima, lo cual me ha alarmado de verás, y no por el peligro radiactivo que pudieran suponer estas dos novelas niponas, en especial la de Mishima, la cual tiene el nene la manía de chuperretear todo el rato, sino por el gusto tan masoca que parece tener el nene, que ya hay que tener ganas siquiera solo de chuperretear a Mishima, no será radiactivo pero sí soporífero.

Luego también me ha traído un libro de Montaigne que no recordaba haber comprado o leído. No he podido evitar hojearlo un rato mientras Mk mordisqueaba su Mishima, más en concreto en el apartado que dedicaba a verter sus ideas sobre los libros:

Expongo libremente mi opinión sobre todas las cosas, hasta sobre ls que sobrepasan mi capacidad y son ajenas a mi competencia; así que los juicios que emito miden mi entendimiento, sin dar en manera alguna la medida de las cosas.

Mi entendimiento se condena a sí mismo, bien a detenerse en la superficie consciente de no poder llegar al fondo, bien a examinar la obra bajo un plano que no es el verdadero. Mi espíritu confiesa y reconoce su debilidad. Cree interpretar acertadamente las apariencias que su condición le muestra, la cuales son imperfectas y débiles. La mayor parte de las fábulas de Esopo tienen varios sentidos; los que las interpretan mitológicamente eligen, sin duda, un terreno que cuadra muy a la fábula; más el proceder así es no pasar de la superficie; cabe otra interpretación más viva, esencial e interna, a la que no se ha logrado llegar. Yo prefiero este procedimiento.

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