martes, 29 de marzo de 2011
MUERTE EN ESTAMBUL
Como no hay dos sin tres, ni tres sin cuatro como es el caso de las que he comentado de este autor, no dudo en hacerlo también con esta última de Petros Márkaris, Muerte en Estambul. Novela negra, de la que me gusta, esto es, en la que lo que prima de verdad es el ambiente, la caracterización de los personajes y su entorno, antes que la resolución del crimen. En esta de Márkaris, además de las cuitas habituales del comisario Kosta Jaritos con sus jefes y su familia, en especial con su otra jefa, apenas unos peones del retablo de la sociedad griega contemporánea que nos muestra el autor, nos encontramos también un escenario que podría pasar por exótico a primera vista, Estambul, pero que luego resulta todo lo contrario, apenas un trasunto de Atenas, de Grecia, el otro lado del espejo de ese rincón del Mediterráneo.
Porque en esta ocasión Kostas y su mujer viajan a Estambul, allí se mezclarán con otros turistas griegos, que es como mezclarse con la mirada que tienen los griegos de los turcos, curiosa de necesidad, prejuiciado otro tanto, en especial el poso de siglos de rencor y rechazo. Sin embargo, el asueto del comisario se vera interrumpido por una serie de asesinatos cometidos dentro de la comunidad griega de Estambul por una anciana llegada ex profeso desde Grecia. Así pues, Kostas tendrá que trabajar codo con codo con un colega turco, circunstancia que el autor aprovecha para conocer los pormenores de un país siempre a caballo entre Oriente y Occidente como Turquía, y ya más en concreto, también el presente y pasado de la antaño nutrida y prospera comunidad griega de Estambul, la Constantinopla griega, la cual se vio mermada hasta su actual estado de verdadero raquitismo social y económico, por culpa de la intolerancia derivada de los respectivos nacionalismos griego y turco, incapaces de encontrar un punto de encuentro en que ambas comunidades pudieran seguir viviendo juntas como lo habían hecho durante siglos.
Insisto en que la novela tiene todos los ingredientes de la serie policíaca que la han hecho famosa. Me refiero tanto al atractivo de sus personajes, de la oportunidad que nos ofrece para adentrarnos en la sociedad griega moderna con todas sus contradicciones, y muy en especial la mirada de su protagonista, que no es el prototipo de héroe por encima de sus contemporáneos, más listo, culto y atractivo que ninguno, tipo el Carvalho de Vázquez Montalban o el más reciente Mikael Blomkvist de la famosa saga sueca de Stieg Larsson, tipos con los si una fuera señora no dudaría ni un momento en irse al asiento trasero de un coche. El Kostas de Márkaris podría pasar por un trasunto del Maigret de Simenon sin el glamour que se le supone al francés. Dicho de otro modo, si uno se imagina a inspector de Simenon reflexionando sobre uno de sus casos junto a una chimenea de su casa de la campiña con una copa de coñac en la mano tras haberse trasegado un plato de rognons de veau a la moutarde, en el caso del griego seguro que sería una escena en la que estuviera comiendo de pie junto a un puesto de comida de calle, intentando hincarle el diente a un souvlakis imposible del que ya le habrían caído varios chorretones de salsa en la camisa.
Ese es sin ir más lejos uno de los principales alicientes de la serie, la naturalidad con la que los personajes comen, beben, discuten ríen. Porque si bien es verdad que la escritura no es precisamente un ejercicio de estilo del tipo de Blanco Nocturno de Piglia, ni falta que le hace, la verdad que el resultado de todos los ingredientes anteriormente citados y debidamente aliñados con grandes dosis de fina ironía y ternura, hacen que el resultado sea francamente exquisito.
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