lunes, 28 de marzo de 2011
SINSORGOS
No sólo es una palabra familiar, local, sino también sumamente curiosa. La palabra sinsorgo viene en los diccionarios como un localismo de Álava, Navarra, Rioja y Vizcaya, el cual viene a significar persona insustancial y de poca formalidad. También en la mayoría de ellos lo derivan etimológicamente del vasco "zenzurgue", que es palabra hoy en día prácticamente desconocida en cualquier variedad del vasco y que, mucho me temo, los de la RAE han cogido directamente del Lexicón bilbaíno de Arriaga que la hacía derivar de zentzu-bage, esto es, "sin sentido o juicio".
Sea como fuere, el vocablo es harto curioso. Por un lado, se trata de un localismo que solo existe en el castellano del País Vasco-Navarro-Riojalteño, pero no en todo, pues apenas se usa en Gipuzkoa y nunca en euskera a diferencia de lo que ocurre con la mayoría del resto de vasquismos que provienen de éste. Pero, lo más raro, lo que realmente me llama la atención como fenómeno lingüístico, es que pertenece al conjunto de palabras que los urbanitas de la zona apenas oímos a otras personas que no sean nuestros mayores, que se trata de uno de esos localismos en apariencia condenados a desaparecer por vía de la imparable uniformización lingüística a la que las generaciones más jóvenes hemos sido sometidos mediante la tele y derivados. Es decir, se trata de una palabra que he oído desde pequeño en boca de mi madre y de mis abuelas, sobre todo de ellas, para definir a todo tipo de parentela, vecindario, clientela o a Rajoy, y destacando siempre el uso de sinsorga sobre sinsorgo como suele ser habitual en dicho género tan cainita. De este modo, la palabra parecía pertenecer casi en exclusiva a mi madre y demás parentela femenina. A tal punto que muchas veces acostumbraba a hacer el ejercicio de llamarle sinsorga a ella a sabiendas de que la pobre se pondría hecha una hidra, vamos, como si la hubiese llamado directamente hija de puta o pedazo de guarra a la cara. Curioso, mucho, porque luego se lo decías a cualquiera de tu edad y como el que ve llover.
Así pues, estaba convencido de que la palabrica estaba condenada a desaparecer junto con el resto de los localismos que como éste sólo escuchábamos a nuestros mayores. Pues no, he descubierto el fenómeno de las palabras generacionales, esas que nunca has usado de joven, pero, que al ser tan propias de tu entorno geográfico, social o familiar, de repente te ves un día que no dejan de brotar de tu boca. Y todo porque, en efecto, pensabas que no llegaría, que no iba contigo, que lo tenías superado, pues no: has madurado.
¿Por qué meto semejante rollo? Porque desde hace unas semanas en la cafetería a la que acudo casi a diario tras mis dos horicas de pateo por la ciudad, así como en los artículos de opinión, comentarios a éstos y otras noticias en Internet, conversaciones sueltas aquí y allá, vengo escuchando lo siguiente. Primero comentarios acerca de que los gobiernos occidentales habían abandonado a su suerte a los rebeldes libios, al pueblo libio que se había levantado contra Gadafi exigiendo justicia y democracia. Comentarios que hablaban del racismo implícito en los gobiernos norteamericano y europeos en todo lo tocante a los árabes, en su complacencia con los tiranos de esos países, en su amistad incluso como perros guardianes de sus intereses. En resumen, que Occidente las demandas de justicia y democracia de los árabes se las pasaba por el forro de los cojones, genocidio mediante e inminente en cuanto cayese Bengashi en manos del tirano. Y luego, ya cuando estos mismos países deciden intervenir en Libia militarmente para parar los pies al ejército o milicias armadas de Gadafí, según la prensa mercenarios en su mayoría, esos mismos comentarios hablan de guerra imperialista por el petróleo, de hipocresía por intervenir en Libia y no en otros sitios, de un segundo Irak, de que si los rebeldes y Gadafi tal para cual, que a ver qué se nos ha perdido a nosotros por esos lares, que si los muertos de las bombas de los aliados son de segunda en comparación con los de los rebeldes, que si luego Gadafi tampoco es que sea tan malo, al menos no en comparación con algunos de nuestros dirigentes elegidos democráticamente...
Pues eso, que de entre todos los adjetivos posibles del castellano mi subconsciente ha reaccionado acudiendo al rescate de un vocablo tan local como supuestamente pretérito, de viejos, un vocablo que de repente me ha recordado, no ya la edad que acabo de cumplir hace unos días, sino más bien el periodo de la vida en el que me coloca ésta. Porque, sí señores y señoras, desde hace unas semanas no pasa un día que no piense que estoy rodeado de sinsorgos...
*¿Que por qué ilustro esta entrada con una foto de Iñaki Azkuna, el alcalde de Bilbao? Sinceramente, porque he puesto "sinsorgo" en Google para buscar imágenes y es la que más se repetía. Por algo será. En todo caso, lo que está claro es que un tío jugando a pelota con traje y corbata más sinsorgo no puede ser.
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