jueves, 10 de marzo de 2011

SÓRDIDA INDISCRECIÓN


Al mediodía esperando sentado en un banco enfrente de la guardería del pequeño a que me lo saquen y vigilando al mayor que es llegar a la guarde de su hermano y tirarse de cabeza a los columpios que hay en el parque de al lado. Tengo como para veinte minutos, menos imposible, no acostumbran. Hace un día precioso, la primavera a las puertas y la gente que lo nota, va sin abrigo y hasta sonríe. Como de costumbre, y para remediar lo máximo posible la espera, tengo enchufado una oreja a Julia en la Onda, la hora del ácido crítico de televisión. En esas que de repente oigo una conversación que por un momento confundo con un corte de alguna de las series cutres de tele que Monegal pone a caer de un burro. Pero no, se trata de una mujer de unos treinta tacos, menuda, abrigo de piel con cuello leopardo y vaqueros ajustados a unas piernas raquíticas y en el que apenas se aprecia trasero alguno bajo un cinturón con más metal que el corrector dental de una quinceañera, botas negras de tacón a lo ya puestos casi mejor te pones unos zancos, monina, cabellera politeñida, esto es, que de tanto tinte no se sabe qué color le pidió al peluquero la última vez que acudió a éste o a su vecina, más bien. Una mujer cuyo acento remite de inmediato a cualquier imagen de refugiados de Kosovo o de por ahí, la cual departe con un señor de unos cincuenta tacos, calvo, barrigudo y trajeado con lo imprescindible para cumplir en el trabajo, esto es, con la misma americana rancia con la que ha debido acudir de su bufete al juzgado desde hace más de treinta años.

-No quiere abrirme puerta. Dice no dejar pasar antes juicio.

-No te preocupes, si tengo que hablar con él voy y lo hago, pero sería mejor esperar a que saliera la sentencia no te vayas a meter todavía en otro lío.

-Yo no poder esperar hasta salida sentencia, tengo que ganar dinero, mandar casa.

-Lo que no puedes hacer es salir de una para meterte en otra, y mira, casi mejor que no te deje entrar en casa.

-Necisito trabajo.

-Sí claro, como todos, pero hay trabajos y también jefes.

-Si tengo que chupar polla, yo chupo polla.

-Pero, mujer, mejor chúpasela a otro...


Bueno, que en esas me sacan al niño, si soy una de la madres emperifolladas de marca o una abuela con cardado de las que llevan el suyo a la misma guardería fijo que le tapo los oídos con una mano y con la otra los ojos antes de llevármelo corriendo a casa, corre niño que me te pervierteeeeeees... Pero no, como que a mi enano es abrirle la puerta de la calle y pasar delante de mí, sin mirarme incluso, en dirección a los columpios donde su hermano mayor. En fin, a columpiar al nene, gugu-gaga y seguir vigilando que el otro no se parta la crisma. En eso que aparece la trabajadora del Chupachups, o de lo que sea, no me pregunten, seguida esta vez por una mujer de edad avanzada, lo que viene a ser una vieja y déjate de hostias. Ambas se sientan en un banco del parque a poca distancia de donde estamos los tres machotes de la casa. No lo puedo remediar, me pica la curiosidad por saber cómo continua la historia, qué le dice su madre o abuela sobre chupársela o no a ese que bien puede ser su marido, su casero o su patrón a secas, tengo que saberlo, lo necesito, y sí, soy un puto cerdo, un hombre. Pues va a ser que no, voy dado como no me agencie pronto un libro de gramática y un diccionario de rumano, albanés, búlgaro o lo que sea, que el saber no ocupa lugar. Maldigo mi suerte y ya de paso este proceso imparable de crear guetos al que nos está llevando tanto descontrol migratorio, la complacencia con la miseria ajena por mor de hacer la vista gorda ante lo que no nos gusta mientras no nos toquen las pelotas o nos afeen las calles por las que transitamos. Hay que integrar a los que vienen, tratarlos no ya como seres humanos sino también como nuevos ciudadanos, si están aquí es porque hacen falta, alguien o algo les ha llamado, la promesa de una vida más digna o próspera que en sus lugares de origen, puede que sólo la oportunidad de ganarse unas perras antes de volverse a casa con todo el derecho del mundo. Ya que están no los ignoremos, como si no vivieran entre nosotros, a nuestro lado, voy por el mundo y sólo veo la sordidez en el telediario, echemos una mano en lo que podamos, no neguemos jamás una ayuda, no los hagamos invisibles, de lo contrario puede que acaben chupándosela a cualquiera y fijo que por eso no cotizan ni nada por el estilo, que parece ser lo único que le importa al llamado ciudadano medio.

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