3 de Marzo, un día de 1976 tal como el de hoy se produjo el enfrentamiento de la Policía Armada con trabajadores refugiados en la Iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio vitoriano de Zaramaga, durante unas jornadas de huelga, el cual causó la muerte de 5 de ellos y causó heridas de bala a un total de 150 Hoy como todos días una manifestación, varias conferencias, una exposición y un concierto mantendrán encendida la llama del recuerdo de aquel acontecimiento que conmovió al mundo entero.
Se trata sin lugar a dudas de la efeméride que recuerda el pasado inmediato de nuestra ciudad por encima de cualquier otra, probablemente aquella que da origen a una cierta concepción de la ciudad que hasta entonces apenas existía o como mucho se circunscribía a lo meramente festivo y/o folklórico. Lo fue porque aquel crimen conmovió a toda la ciudad sea cual fuere la clase, credo u origen de cada cual. Originó una ola de solidaridad e indignación de la mayoría, siquiera la decente, vitoriana hacia las víctimas y también, no lo olvidemos, muchos lo han hecho, sus reivindicaciones, las cuales no eran otras que las del conjunto de la clase trabajadora española en aquellos días durante la siempre idealizada Transición Española. Dicha ola de solidaridad e indignación, de rabia generalizada, tuvo como consecuencia que las diferentes ciudades que coexistían hasta la fecha en Vitoria de espaldas unas a otras, la de los herederos de esa otra levítica, de curas y militares, nobleza empobrecida, pequeños burgueses y tenderos, la de los campesinos de la provincia y otras vecinas emigrados a la ciudad para poner su pequeño negocio con los cuatro duros de la familia, nuevos vitorianos que nunca dejaban de ser del todo de campo porque volvían a sus villas y aldeas cada fin de semana, y esa otra de los obreros de nuevo cuño y origen remoto, al menos para el vitorianico de entonces (y en muchos casos también para el de ahora porque la percepción de las lejanías geográficas es algo que tiene más que ver con el coco que con cualquier otra cosa) campesinos gallegos, extremeños, andaluces y demás, los cuales poblaban los nuevos barrios del extrarradio de la ciudad levantados casi de la nada y a toda velocidad precisamente para albergarlos. Todo esto a grandes rasgos, que luego también es cierto que había de todo. Pero aún así, lo que no se puede negar es que hasta los años sesenta con el resurgimiento de las organizaciones de izquierda (casi de la nada porque este proletariado de origen rural apenas tenía tradición sindical ni nada parecido, y también porque el muy tímido movimiento obrero vitoriano de antes de la guerra había sido salvajemente reprimido) estos grupos sociales apenas querían saber nada el uno del otro, como si fueran tres ciudades distintas compartiendo el mismo espacio.
Los sucesos del 3 de Marzo y otros que vinieron más tarde hicieron tomar conciencia al conjunto de la sociedad vitoriana de su modernidad, esto es, del finiquito de la ciudad levítica de curas y militares, de la importancia para la misma de esa otra surgida en sus arrabales. Sólo hay que ver las estremecedoras imágenes del entierro de los muertos en la Catedral Nueva. Toda la ciudad estaba en la calle, como lo estuvo también durante las protestas a lo largo y ancho de la ciudad durante varios días. Yo siendo un niño me acuerdo de ver desde la ventana del primero de la casa de mis padres en la Avenida Gasteiz, entonces puede que todavía del Generalísimo, las carreras de los manifestantes y las cargas policiales, me acuerdo de los disparos de los lanzapelotas, las sirenas, los gritos desde la calle y las ventanas, el policía amenazando con el lanzapelotas a mi madre en la ventana para que se metiera dentro de casa. Aquellos días de duelo fueron los del nacimiento de la Vitoria contemporánea, la ciudad ya no de curas y militares sino de polígonos industriales y luchas sindicales, luego ya con la capitalidad de la autonomía se convertiría también de funcionarios.
Desde entonces hasta hoy se ha procurado mantener vivo el recuerdo de los hechos y de los fallecidos. Sin embargo, lo que no se supo mantener desde un primer momento fue la unidad de opiniones y actitudes ante el mismo. El germen de la división surgió casi de inmediato. Lo que debió ser un acto de homenaje anual en memoria de las víctimas de la represión franquista, y por lo tanto patrimonio de toda la oposición contra el régimen, se convirtió enseguida en el coto privado de un sector muy determinado de la izquierda más radical.
Tampoco extraña esta apropiación o simple reclamación de la izquierda radical, más o menos abertzale y proetarra, aunque no tanto como a algunos les gusta creer porque, si bien la izquierda abertzale poetarra siempre apoyó y reivindicó el recuerdo de los muertos, también es verdad que no todos los sindicatos o partidos radicales que hacían otro tanto eran filoetarras o por el estilo. No extraña porque la izquierda oficial, el PSOE para no andarnos con rodeos, enseguida se desvinculó del recuerdo del 3 de Marzo, dejando que se apropiaran del mismo la izquierda a la que nos referimos. Sólo de ese modo, en la conjunción del desinterés de la izquierda oficial constitucionalista con todo el rencor generado por la actuación de las fuerzas del Estado, se entiende el predicamento que ha tenido la izquierda abertzale entre la clase obrera, la cual además era en gran parte de origen inmigrante y por lo tanto el electorado natural del PSOE. Y es precisamente este hecho el que explica, como tantos otros de igual calado a lo largo y ancho del País Vasco, el sostén dado durante décadas a ETA y sus compañeros de viaje en el ámbito urbano, allí donde la izquierda oficial, españolista incluso, había fallado en su defensa de los trabajadores al no presentar batalla, al menos no como esperaba gran parte de ellos, a los llamados poderes fácticos de entonces, una izquierda que a aquellos obreros radicalizados a palos se le antojó puramente pactista cuando ellos lo que reclamaban era ruptura total con todo lo que tuviera que ver con el régimen franquista.
Insisto, no se trata de una anécdota, sino de un dato decisivo a la hora de preguntarnos por lo ocurrido durante todos estos años de locura sectaria, las razones o raíces del apoyo en determinados sectores a la violencia etarra y sus postulados. De ese modo podremos entender la razón de tantos miembros de ETA nacidos fuera del País Vasco o hijos de emigrantes a los que por su origen no se supondría, en un principio, inclinados al independentismo vasco. Los enemigos de los matices, esto es, casi la plana mayor de la inteligencia patria y no digamos ya el llamado ciudadano corriente, suele inclinarse por explicaciones que atañen a los complejos identitarios de estos etarras y simpatizantes, ganas de ser aceptados a toda costa. Lo hacen porque entre los tópicos interesados que manejan para acercarse al fenómeno de ETA y su entorno priman aquellos que tienen que ver con un pueblo vasco fanático y racista, les encanta ver el rastro del racismo sabiniano donde sólo hay extremismo revolucionario. En cambio, la asunción de lo vasco por la izquierda abertzale de que lo es todo aquel que vive y/o trabaja en el país, fue y es una visión casi canónica desde el principio de ETA y su entorno que todos conocemos y que quedó hace ya tiempo reflejado, sí acaso con algunas excepciones en lo más interior del país o lo más obtuso de alguno del paisanaje; en la imagen para la Historia de dos de los cinco últimos fusilados por Franco, los etarras Juan Paredes, alías Txiki, y Ángel Otaegi, el primero nacido en Extremadura y el segundo guipuzcoano de Nuarbe. Pero ya digo que no interesa, les pone más imaginar un movimiento xenófobo e intransigente que hunde sus raíces en el carlismo del XIX, los etarras como los sucesores directos de la partida del Cura Santacruz; puede que también les interese porque muchos, pero muchos, de los que ahora despotrican no sólo contra ETA y su mundo, si no ya de paso también contra todo lo vasco, en su tiempo, allá por cuando Carrero Blanco y compañía, aplaudían las acciones de los de ETA y no se cortaban en elogiar y hasta en envidiar el supuesto arrojo revolucionario de éstos.
En cualquier caso, y ahora que toca homenajear a las víctimas, que se habla y con razón de mantener vivo el recuerdo para las generaciones futuras, sólo me quedaría señalar lo curioso que sigue siendo abrir las páginas de cualquier periódico de la tierra y encontrarse que un día el Gobierno Vasco y sus socios del PP homenajean la memoria de unas víctimas de ETA y al día siguiente el recuerdo de lo sucedido hace más de treinta años es secundado por una pléyade de organizaciones política o sindicales como ELA, LAB, CUIS y STEE, la coordinadora Euskal Herria Ezkerretik (izquierda abertzale, EA y Alternatiba) y Aralar. Llama la atención y no presagia nada bueno cuando precisamente estamos hablando de pasar página a la vez que mantenemos vivo el recuerdo de las víctimas, de todas, no sólo de las que le interesan a cada bando o asume como propias, porque entonces vamos a seguir en lo mismo, en una tierra que ya lo era de banderizos allá por la Edad Media.
«Intento comunicar, pero nadie contesta. Deben estar en la iglesia peleándose como leones. ¬¡J-3 para J-1! ¡J-3 para J-1! Manden fuerza para aquí. Ya hemos disparado más de dos mil tiros. ¬¿Cómo está por ahí el asunto? ¬Te puedes figurar, después de tirar más de mil tiros y romper la iglesia de San Francisco. Te puedes imaginar cómo está la calle y cómo está todo. ¬¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! ¬Dile a Salinas, que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. ¬Aquí ha habido una masacre. Cambio. ¬De acuerdo, de acuerdo. ¬Pero de verdad una masacre».
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