jueves, 6 de enero de 2011

BEN ALI Y LOS MÁS DE CUARENTA LADRONES


En Túnez, como en casi todas partes con el inicio del año, les han vuelto a subir el precio de lo básico, el pan sobre todo, hasta un límite ya insoportable. En Túnez como en cualquier otra parte los que toman las decisiones de empobrecer todavía más al personal confían en que no pase nada, y si pasa que sean protestan que a los dos minutos caen en saco roto. Este vez parece que no ha sido así en la antigua Cartago, que la que ha se montado ha sido del copón y todo a raíz de la auto inmolación a lo bonzo de un vendedor ambulante treintañero al que la policía había atrapado sin los permisos al uso para ejercer un oficio al que se había visto abocado a pesar de haberse sacado su carrera de informática y todo lo que se quiera. Parece ser que ante la desproporción de la multa al hombre se le cruzó el cable o lo que fuera, el caso es que ayer o hoy fallecía en el hospital. La consecuencia inmediata una ola de protestas más o menos espontáneas por las calles de las principales ciudades tunecinas que en su mayoría han acabado en violentas algaradas callejeras porque la policía de allí, como la de cualquier otro sitio pero más aún si lo es de un estado autoritario, no se anda con chiquitas. Caña al mono, y ese mono son todos los desgraciados e ilusos que han salido a la calle para protestar contra el abuso de unos precios que no solo les reduce su capacidad adquisitiva, no, no es eso, no solo, sino que sobre todo les recuerda que el país magrebí que Occidente presenta como modelo de desarrollo económico y social, también social, la mayor renta per capita del continente africano y una balsa de aceite dentro de lo que solemos concebir como el convulso mundo árabe y musulmán, también es una dictadura más o menos encubierta en la que un tal Ben Ali lleva décadas campando a sus anchas con la connivencia de las llamadas democracias occidentales, y más en concreto de Francia, su antigua metrópoli, esa para la que la liberté, egalité, fraternité es una cosa de puertas para dentro o casi.

Y es que Túnez representa como ningún otro país la gran hipocresía que los supuestos paladines de la democracia y los derechos humanos como Francia y otros aliados o simples socios comerciales del país norteafricano, entre los que también destaca España, escenifican cuando los portavoces de sus respectivos gobiernos salen a diario delante de las cámaras y micrófonos condenando las violaciones de tal o cual derecho en cualquier parte de globo... En cualquiera siempre y cuando ellos no tengan intereses comerciales, estratégicos o de cualquier tipo. Entonces ya toca envainársela para no molestar al alauita de turno, no importa que apenas un par de meses te hayan retratado pegando voces a favor de la causa saharaui por las calles de Madrid, una vez con la cartera de exteriores en la mano el discurso ya es otro, sin ir más lejos el relativismo moral a toda costa, ni con unos ni con otros pero por si acaso siempre a favor del que más tiene que ofrecer, ay Mohamed, no me la montes junto a la verja de Ceuta o Melilla, no me cierres los caladeros, no me mandes más pateras que ya tengo aquí a la mitad de tus súbditos y otros de por ahí más abajo.

Y en Túnez otro tanto, Ben Alí, un señor que cuando sale, así de primeras, soy incapaz de distinguirlo de ese otro vecino, hermano y también septuagenario de Egipto, Mubarak, tan embalsamados ambos tras mil y una operaciones, botox mediante, simulando, no ya la eterna juventud, sino más bien la inmutabilidad perpetua de sus respectivos regímenes, patético estilismo del engaño eterno en el que pretenden mantener a sus pueblos con el cuento de que ellos son la estabilidad, mientras sigan ellos, o sus descendientes como en el resto de autocracias árabes, repúblicas monárquicas a la Siria que les llaman, siempre habrá paz en las calles y pan en las casas.

Ahora ni eso, de tanto estirar la cuerda que creían atada y bien atada puede que se les vaya a romper por donde menos lo esperaban, una juventud que en el caso de Tunez Ben Alí y sus comparsas creían bien domeñada porque para algo les habían pagado los estudios, les habían elevado el nivel de vida en comparación con el resto de los países de su entorno y hasta les habían concedido un acceso al exterior, esto es, a Internet, menos restringido de los que acostumbran por aquellos pagos. No obstante, parece que esa misma juventud tan en teoría privilegiada no traga como debería, ya sea porque la carrera a la que pudieron acceder luego no les ha servido para nada, porque la supuesta modernidad del país apenas pasa del hecho, bien que notorio, de una igualdad de sexos sobre el papel y casi siempre solo para unas pocas, hecho del que el visitante occidental acostumbra a levantar acta en cuantico ve la primera mujer policía dirigiendo el tráfico o algo por el estilo, porque las noticias de la corrupción rampante entre los miembros de la familia del presidente perpetuo y embalsamado -a destacar la primera dama y sus delirios de grandeza como el de querer emparentar con la realeza del Golfo Pérsico, crear colegios de élite de la nada a la vez que cierra otros y por el estilo-, amen de esa otra diaria de los favores, chanchullos y las canonjías a tocateja o en exclusiva para los amigos del régimen, y acaso solo a una escala mayor de la de esta otra orilla desde la que escribo, no traga porque por muy adocenada que pareciera esa juventud bajo el yugo de una autoridad que juega con ella al palo y la zanahoria, nunca se ha engañado. Saben que viven bajo una dictadura, que la presencia ubicua y perpetua del retrato de su presidente hasta en el cubículo más humilde e inesperado del país, la censura a todos los niveles de los medios de desinformación del país, la represión con puño de hierro de cualquier disidencia que ponga en entredicho el modelo de desarrollo sin libertad de Ben Alí y sus comparsas, que se lo digan a los islamistas por muy pacíficos y demócratas que corrieran a mostrarse en las pasadas y anteriores elecciones.

Y aún así, lo peor de todo es que esta juventud, como tantas otras generaciones que ya dejaron de serlo (aquí me acuerdo de aquel joven guía turístico que soñaba con montar en breve su propia agencia para sacar de paseo a turistas occidentales por el orientalismo de cartón piedra en el que reside en gran parte el atractivo de Túnez, o del chofer que hacía otro tanto con su propia empresa de transporte), es consciente del oprobio que representa para una población que, antes que hacia el resto de su continente o de su entorno étnico-religioso-cultural, mira más hacia la otra orilla del Mediterráneo en búsqueda de un espejo a su medida, a Francia en especial, el hecho de que durante todo este tiempo el verdadero factotum del régimen de Ben Alí no haya sido otro que Occidente, y muy en especial Francia, porque un déspota complaciente, que representa a la perfección la comedia que le exigen sus socios para contentar a las respectivas opiniones públicas de éstos, es decir, elecciones y mujeres policía, no es lo mismo que otro indócil, imprevisible y desbocado a lo Saddan Hussein. En ese caso podemos estar seguros que nuestros gobiernos, si bien que a rebufo de lo que ordene el emperador, se llevaran las manos a la cabeza y harán todo lo posible para convencernos, como quiso y no pudo el de Valladolid, de que tenemos la obligación moral, no comercial o lo que sea, sino moral, de llevar la democracia y hacer respetar los derechos humanos a toda costa, sí, en efecto, como en Irak o Afganistán, no nos olvidemos nunca.

Esa es la comedia de la que a veces se descuelga algunos de sus titiriteros como el todavía presidente -no se sabe si saliente o por salir, si saldrá o lo sacarán o qué demonios va a pasar con él- Gbagbo con toda la brutal sinceridad del que se sabe estafado, que dice que vale, que si se va qué menos que le respeten las cuentas que tiene por todo el mundo con lo que ha robado durante todos estos años, no por nada él ya ha cumplido su parte del contrato, simuló elecciones democráticas y creo las condiciones necesarias para cierta estabilidad económica, vamos, que hizo todo lo que le mandaron desde fuera, y ya se sabe que es de bien nacidos ser agradecidos...

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