domingo, 2 de enero de 2011

LA MURRIA CON MENESTRA YA NO LO ES TANTO




No hace mucho intentamos ver la exposición de Francesca Von Thyssen en La Laboral de Gijón aprovechando una tarde de viernes que librábamos de los nenes. Resultó imposible porque la exposición en cuestión cerraba a las seís de la tarde, y claro, entre que mi señora casi sale a esa hora del curro y que además había que trasladarse desde Oviedo hasta Gijón, pues eso, ni a doscientos y pico por la carretera. Nos preguntábamos, ¿son las seis de la tarde una hora razonable de cierre para una sala de exposiciones? A mí me da que ni por el forro, que el común de los mortales, si quieren acercarse una tarde que libren de lo que sea hasta allí, cuanto menos deberían poder hacerlo dentro de un horario que tenga en cuenta que la mayoría trabaja hasta pasadas las seis. Pero bueno, fijo que el responsable del horario de marras tiene argumentos de sobra para enmendarme la plana; en ese caso yo me limitaré a preguntarle a ver en qué medida cree que ha podido contribuir este horario tan ajustado al escaso volumen de visitas a la en su momento tan encomiada Laboral.

Hoy pretendíamos visitar el Museo del Vino de Villa Lucia en Laguardia, y otro tanto, que estaban de vacatas desde el 24 de Diciembre al 10 del presente. Perfecto, cojonudo pues, supongo que entra en la lógica de montar este tipo de tinglados para que luego la gente los visite cuando menos tiempo libre tiene, entre temporada o algo así, cómo va a atreverse nadie a privar a los trabajadores del museo de marras de sus vacaciones de Navidad, ya se sabe que lo suyo no es precisamente para atraer el turismo ni estas fechas lo que se dice una temporada más o menos alta del mismo.

Nos hablan de la importancia de la cultura, a veces, ni eso, como saben que tal que así no cuela, o si lo hace a unos pocos a los que hay que mirar con recelo por principio, prefieren hacerlo del turismo y el tirón económico de éste para la comarca tal o cual. Pura palabrería, como casi todo, parece que cuanto más autobombo de las excelencias del lugar y las instalaciones a disposicíón del visitante, muchas más pegas para poder disfrutarlas. Pero bueno, mejor dejarlo, nos alargaríamos y mucho con el tema de los horarios, a destacar el cierre de los museos en domingo, por la geografía española. No vayamos a dar al personal más facilidades de las que se merece para acceder a este tipo de centros culturales, que luego se aficionan y están todo el día haciendo cola para llenar museos, salas de exposiciones o vete a saber qué evento cultural o por el estilo.

Y encima como parece que todo lo hacemos a última hora y a la carrera, también habíamos previsto presentarnos a la una de la tarde para ver la Bodega Primicia, la cual está junto a la muralla y es una de esas subterráneas tan pintorescas que horadan el subsuelo de la colina sobre la que se asienta la antigua Guarda de Navarra. Pues bien, total que hemos llegado veinte minutos pasadas la una, con lo que se nos ha puesto una cara de no hacemos nada bien y tanto tute para ná, que ya casi que se nos ha avinagrado el carácter para el resto del día. Solo quedaba darse el menudeo de rigor por la callejas de la villa amurallada, tomar un pote con su pincho, rastrear por las fachadas y rincones alguna curiosidad que se nos hubiera pasado por alto en anteriores visitas, y lo de siempre, elegir el lugar para lo que pretendíamos una comida frugal.

Sería por la decepción de no haber podido ofrecernos un par de horas de entretenimiento con un par de copas de vino como colofón, sería por la tensión de pisar el acelerador para nada, la chiquillada más tocacojones de lo habitual, la olla a presión en que se convierte toda casa paterna al cabo de varios días; el caso es que el ánimo propio, y a saber el del otro, no estaba lo que se dice en sus mejores momentos. Por poca cosa, diría cualquiera que lea esto, ya lo sé, pero así de clicotímico es uno, que por cualquier pijada se le va el alma al suelo a poco que se le trastoquen los planes o le pongan mala cara. Luego ya sé que doy en insoportable, que desbordo la mala baba acumulada tras días de reencuentro con los demonios que me esperan siempre que vuelvo a casa, la constancia de muchas cosas de las que ocurren a mi alrededor y que hago como que no me entero, el tiempo que juega a la contra, la certeza de que nada cambia ni cambiará así caiga un meteórito sobre la cabeza de algunos, rendido ante la evidencia de que a cierta edad algunos ya solo van a peor.

En fin, mira que me gusta estos días de invierno, el paisaje nublado de la montaña, la melancolía infinita de los viñedos hechos esqueletos con su horizonte inmediato en forma de pedrusco calizo, el frío que aprieta como en ninguna otra parte intramuros, la soledad de las callejas con su atmósfera de inmutable medioevo, el placer inconmesurable (ya, para qué hostias tanto epíteto)de intentar combatir al frío con una copa de vino en una mano y un pincho en la otra, ser testigo voluntario de una cotidianidad que no es la tuya, nunca lo ha sido, si se te vieras inmerso en ella de continuo seguro que darías en loco, por eso siempre desde la barrera, tienes demasiadas referencias y muy cercanas de qué va la cosa y mejor ni planteártelo, de turista y poco más, sobre todo porque hay veces que oyes hablar a otros de lo que no tienen ni pajolera idea con tanta prosopopeya bucólica, de prospecto turístico cuanto menos, de novelica plagada de tópicazos al por mayor, y te dan ganas, como poco, de mandarlos a tomar viento bien lejos, entre viñedos que parece que está muy de moda, muy in que digamos. Pues bien, todo eso que en un día nublado de invierno como el de hoy, con la absurda melancolía de sus calles desangeladas a media tarde y las orejitas coloradas, solo ha contribuido a joder todavía más la marrana, la murria que llevaba encima, quería decir.

Menos mal que la murria si luego hay una menestra en condiciones, por fin, un bacalao con salsa de pil-pil sobre capa de pisto como para sacarle brillo al plato rebañando con el pan, mousse de intxaursaltsa con tiernos berridos enloquecedores a tu alrededor y todo ello regado con el preceptivo monovarietal de graciano de Guzman Aldazabal as usual, pues oye, casi que ya no lo es tanto. Por lo demás, para qué machacarse tanto el ánimo, ya lo decía un ilustre nativo de la villa, Felix de Samaniego: No anheles impaciente el bien futuro: mira que ni el presente está seguro.

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