domingo, 30 de enero de 2011
LA PAJA EN EL OJO AJENO
A estas horas todavía siguen tirando de la estaca los egipcios. Parece que va para largo, el milico Mubarak no es el policía Ben Alí. Sus íntimos tampoco son los mismos. El tunecino a la Francia de Sarkozy, poca cosa por mucho que todavía anden a vueltas su Glandeur más que periclitada. Mubarak tiene a Obama, que no le ha pedido que dimita, solo que haga alguna que otra reforma encaminada a que parezca que ahora sí está dispuesto a aceptar la democracia. Sí señores, Obama, yes we can, la gran esperanza negra de los progres del mundo, el que traía vientos de cambio, no le pide al tirano que renuncie, te necesitamos Mubarak, pero has sido malo, recapacita, estamos contigo pero aplaca a tus masas como sea, tememos por la paz en la zona, los israelíes los que más porque un Egipto libre y democrático no se lo tragan, no por nada llevan décadas con el cuento de que vosotros los árabes y la democracia sois incompatibles, que necesitan de alguien como tú, Mubarak, que los metan en vereda.
Leo estos días, a fondo y también por encima, mucho artículo pasado y presente de sesudos comentaristas, expertos en el mundo árabe y toda la pesca, figurones de la diplomacia que presumen de sabérselas todas, corresponsales otro tanto, a los que los que el resultado de los acontecimientos de Túnez, y el que está por vez de Egipto, ha dejado poco más que con el culo al aire. Porque el denominador común de la mayoría de ellos venía a ser que occidente no se podía permitir prescindir de la amistad y la ayuda de los sátrapas de la zona, alguien tenía que meter en cintura a esas hordas de salvajes y fanáticos que son los árabes, según ellos poco menos que genéticamente incapacitados para asimilar conceptos como libertad o democracia. No van con ellos, así que mejor aupar al dictador de turno que los controle con mano dura, que mete en la cárcel a esos islamistas malos por principio, que permita hacer negocios a precios de saldo a cambio de un par de dadivas al mandamás de turno.
Eso es lo que no han estado vendiendo durante décadas desde los púlpitos mediáticos a su servicio, que no nos empeñáramos en ver en esa gente a nuestros semejantes, ayudándonos por los medios -nunca mejor dicho- a simplificar la idea que tenemos de lo árabe haciendo de los casi trescientos millones que hablan uno u otro dialecto de la vieja lengua del Corán, un estereotipo de fanático religioso que se inmola tirando torres gemelas, cubre a su parienta de arriba abajo con un trapo, sueña con echar a los judíos al mar y reconquistar Córdoba y otros topicazos al uso.
Estereotipos interesados a más no poder que también han calado en la sociedad española, como que no estaba ésta poco abonada ni nada con su correspondiente cúmulo de prejuicios hacia el vecino moro tras siglos de mitos fundadores de la nación española en forma de Reconquista, Santiago Matamoros, Lepanto y hasta la Guardia Mora de Franco. Claro que el español ahora tan orgulloso de ser europeo, de su pertenencia a la civilización judeocristiana (aunque de esto, en la práctica, la inmensa mayoría no tenga ni idea en qué consiste, a qué se refiere, y más bien lo cifra en la fantasía de pertenecer al selecto club de los países ricos, blancos y cristianos), olvida muy pronto, o simplemente nadie se lo ha enseñado, que hubo un tiempo en el que la inmensa mayoría de nuestros vecinos del norte creían a pie juntillas que África empezaba en Los Pirineos, tan exótica, salvaje e incompresible se les hacía la idiosincrasia ibérica, tan poco civilizada y avanzada, tan similar a todos esos países árabes que acostumbramos a mirar con tanta condescendencia como desprecio.
España siempre ha sido excesivamente religiosa y excesivamente cruel... tenían miedo de que si daban la menor concesión a los moros, Dios los destruiría. La idea era que el único camino para asegurar la ayuda divina era la fe absoluta, y esa fe era probada por el odio a todas las ideas inconsistentes con las propias... España ha sido y es víctima de la superstición... Nada quedaba más que los españoles; es decir, indolencia, orgullo, crueldad y superstición infinita. Así España destruyó toda la libertad de pensamiento a través de la Inquisición, y durante muchos años el cielo estuvo lívido con las llamas del auto de fe; España estaba ocupada llevando leña a los pies de la filosofía, ocupada quemando a gente por pensar, por investigar, por expresar opiniones honestas. El resultado fue que una gran oscuridad cubrió España, atravesada por ninguna estrella e iluminada por ningún sol naciente.
Robert Green Ingersoll (1833–1899), político y orador estadounidense
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