domingo, 23 de enero de 2011

UNA VERDADERA HIJA DE PUTA


Velada con unos amigos en un restaurante de sushis, tempuras, salsas de jengibre y soja, wasabis y demás excelencias, o no, de la cocina nipona. Corre el vino como remedio contra picores verdes y puede que también como asidero vernáculo entre tanto sabor y textura exótica. Risas por cualquier memez y comentarios de todo tipo acerca de lo que nos llevamos al buche, solazándonos a conciencia porque de eso se trata y de nada más. De repente, al paso de una de las camareras junto a nuestra mesa, una tipa que se dirige a ella desde la mesa al fondo del comedor donde estaba sentada, que la increpa a la voz de:

-¿Oyes, cuándo nos vais a traer lo que hemos pedido?
-Sí, bueno, ahora aviso -responde la camarera completamente sorprendida.
-¿Tú eres la chica que trae las bebidas, no?
-Bueno...
-Pues hemos pedido tres cervezas hace media hora y todavía estamos esperando -exagera a conciencia y con toda evidencia la pava malencarada.
-Ahora mismo le atiendo...-apenas acierta a decir la camarera.
-Pues date prisa, bonita, que...

La chica que nos mira estupefacta, se diría que no sabe si ponerse a reír o a llorar ante la reacción airada, extemporánea, claramente teatral y sobre todo ofensiva, de la tipa de melena negra corta y cara fruncida que se dirige de tan malos modos y con tono premeditadamente alto para poder humillarla a gusto delante de todos los clientes, a una empleada que en ese momento estaba a otra cosa, que como bien nos comenta al poco de marcharse doña cara perro, tampoco llevaba su mesa, y que mucho nos temimos que se hubiera dirigido precisamente a ella por ser la única camarera no asiática del restaurante, se supone que en la convicción de que al serlo no podía excusarse tras ninguna barrera idiomática para atender y entender estoicamente la acometida verbal y de la señora llevamos esperando media hora tres cervezas.

Pero todo acontence tan sorprendentemente como rápido, por lo que la camarera apenas tiene para reaccionar con la profesionalidad debida recordando a la enfurecida clienta tanto que ella no la ha atendido y por lo tanto no debería dirigírsele con esos humos de oye, bonita, me las vas a pagar todas juntas, como que el local está hasta los topes y de ahí el ritmo entre la cocina y la mesa. Tampoco lo tenemos nosotros, que asistimos, primero estupefactos y luego incómodos, en primera línea a la humillación en toda regla por parte de una tipa a la que la mala hostia se la supone con solo mirarle a la cara, muy de la tierra, por cierto, si Dios me ha dado está jeta que se vaya preparando el personal que se lo voy a hacer pagar con creces derrochando dosis ingentes de bordería y mala baba.

En fin, triste constatación por enésima vez de la mala hostia que destila el personal a la primera de cambio, de la poca o nula educación que impera a poco que le toque a uno echar mano de paciencia y saber estar, de lo mucho que les gusta a algunos abusar de su situación de privilegio, el cliente siempre lo disfruta frente al empleado, para humillar a éste a conciencia, no se le notaba poco ni nada a la bruja la satisfacción de habérsela montado y bien a la pobre chavala, qué más da que además ella en concreto no tuviera responsabilidad directa en su problema, como que bastaba con reparar en su sonrisa torcida de marihijaputilla mientras la increpaba para adivinar lo mucho que estaba disfrutando del momento. Supongo que porque de eso se trataba, de darse el gusto siquiera por unos minutos de comportarse tal y como le pide el cuerpo, probablemente a todas horas, pero claro, siempre no se puede, ni con la familia ni el trabajo, con los primeros hay que tragar todo tipo de sapos y culebras por lo de la concordia de marras, y con los segundos agachar la cabeza por lo obvio, aún más en época de crisis, de comportarse como lo que realmente se es: una verdadera hija de puta.

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