domingo, 18 de diciembre de 2011

CUNQUEIRO A CONTRAPELO


Domingo de invierno total, frío (relativo) y lluvia a cántaros. Domingo doméstico sin otra interrupción que no sea salir a por el periódico y a devolver los vídeos de las pelis coñazo de anoche. Domingo de jamada en el sofá, deberes de niños y mucho youtube y tinta sobre blanco. De entre los papeles un especial que te recuerda un autor que por esta época, de vientos y grisuras astur-galaicas, de tristuras prenavideñas, viene que ni al pelo: Alvaro Cunqueiro. Un autor total, novelista, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo español, un escritor de estilo tan inconfundible como poco entendido, no ya solo una voz original, sino una cabeza única, casi que una barriga también. En resumen, un pergeñador de mundos propios, deliciosamente fantásticos los más, que sólo la proverbial cortedad de miras que nos caracteriza en esta Castilla ampliada le racanea el título o el derecho a figurar entre los grandes de la literatura española, la misma que nos llena los libros de texto de mediocridades cuyo único mérito para estar ahí no fue otro que lo de figurar en la misma foto o antología que otros de verdad grandes: escribió en gallego. Y eso, claro está, y a pesar de lo excelso de todo lo que nos dejó, lo convierte de inmediato en periférico, de extramuros de esta bastida que es la cultura española, no sólo un extraño, casi un extranjero; luego ya se quejarán. Esto viene a que a Cunqueiro servidor lo tuvo que descubrir por su cuenta, que en las clases de literatura española nadie le habló de él, y sí de muchos peñazos que sólo están por lo que decía, porque a su lado en las fotos aparecían Lorca, Machado o Unamuno, y por poco más.

De Cunqueiro sería muy fácil caer de inmediato en los tópicos al uso, que si maestro de lo fantástico, que si dueño de una imaginación portentosa enraizada en su mundo galaico, que si un autor de una vasta y sobre todo prolífica erudición, que si el realismo mágico, el lirismo socarrón, el escritor a contrapelo, la mirada distinta y demás pollas en vinagre. No obstante, es el trazo profundamente humano de sus personajes y la sonrisa sardónica que se adivina en cada frase lo que realmente lo hace único.

Na aspereza da vida cotiá, soñar e necesario, sí claro, tanto como hacerlo con sentido del humor y procurando no levantar nunca los pies del suelo, que si no das en Quijote de lo tuyo y acabas a hostias con molinos que por estas latitudes lo serán sobre todo de agua, cuando no a la orilla de ríos de albariño, ribera sacra y otros brebajes verdes de mayor graduación. De ese modo, Cunqueiro te lleva de picos pardos con Merlín hasta parajes de brumas y acantilados que sólo existían antes en el mito, a Bretañas que no son las de la antigua Armórica, si no más bien esa otra Bretoña que otros refugiados, los celtitas apenas romanizados de la antigua Britania que recalaron en la Bretaña francesa y otros puntos de la costa atlántica como la costa gallega, escapando de los invasores anglos y sajones, encontraron allí por Mondoñedo. Y si bien con ese y otros mimbres reinventó su propio ciclo artúrico, nunca falta, prácticamente en ninguna de sus páginas, el aliento de su retranca, que será gallega por una mera cuestión de partida de nacimiento, pero ante todo es cunqueírica y basta ya de lugares comunes.

A miña zona de Mondoñedo e a zona de Galicia na que
se recolleu a meirande cantidade de romances carolinxios e
artúricos, como se pode observar nos libros parroquiais;
cando xa en toda Galicia deixaran de bautismar aos nenos
cos nomes do romanceiro medieval, nesa zona aínda a
comenzos do século XVIII había nenos que eran bautismados
cos nomes de Tristán e Lanzarote. [...] De xeito que nesa zona
de Mondoñedo hai unha tradición oral, moita lenda, un país
que ten moitos tesouros cheos de ouro.


Paradojas para que tomen nota los amigos de la frase hecha o la impostura cosmopolita, la del reniego de lo propio y me pirro por lo tópico de ahí fuera, a Nueva York para luego contarlo: el escritor que decía tener siempre presente su Mondoñedo natal aunque estuviera escribiendo de ciudades o parajes lejanos, míticos, fue de los que más han viajado con la imaginación por lugares a los que es imposible llegar sin estar tener realmente presente lo propio, de estar, como él decía, "a la escucha" permanente de lo que te rodea, de conocer a fondo tu entorno antes de aventurarte en otros, que ya lo decía Pessoa: Da minha aldeia vejo quanto da terra se pode ver no Universo. Por isso a minha aldeia é tão grande como outra terra qualquer.(...)

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