sábado, 3 de diciembre de 2011

LOST IN THE SUPERMARKET (o más bien haciendo el gilipollas en él)


Anoche no tuve pesadillas porque parece ser que me tocaba vivirla hoy sábado a la mañana. Me gusta hacer la compra; bueno, miento, me encanta lo que se llama ir al mercado, es decir, curiosear entre los puestos de comida y elegir el papeo del día o la semana. El resto me produce pavor, sobre todo si hay más gente de la que puedo soportar a mi alrededor. Me temo que sea cosa que de la edad, y creo que le pasa a todo quisque. De cualquier modo, no soporto las grandes aglomeraciones, nunca lo he hecho, me ahogo, me dan ganas de salir corriendo. Por esa razón no puede haber nada que me resulte más espantoso que tener que ir un sábado a la mañana a hacer la compra, sólo con pensarlo me entran sudores, me asfixio.

Para remediarlo escojo ir entre semana o a horas que supongo que no hay nadie. Hoy no había escapatoria, de hecho no había nada en la nevera y encima mañana tenemos visita, con lo que se imponía hacer un buen acopio de víveres, de beberes más bien. De modo que nos hemos acercado hasta nuestro Mercadona, verdadero templo del comprar barato y sólo lo necesario o casi. El garaje ya estaba a rebosar, coches que salían y entraban, coches haciendo maniobras para aparcar y la evidencia de que acaso habría que plantearse eso de volver a la autoescuela a según qué edades.

Dentro del hipermercado la marabunta de rigor. Qué menos, si la mayoría de la peña apenas tiene el sábado para dedicarse a ello, si aquí todavía no se abre en domingo.
El caso es que una vez elegido carrito y colocado al pequeñajo encima, ya han empezado los problemas de costumbre; el mayor que se cuelga del carro porque si su hermano pequeño va sentado a ver por qué él no, que se cansa andando. Esta vez, y siquiera solo porque ya estaba agobiado al ver tanta gente junta para hacerme la vida imposible, no he tardado ni cinco minutos en pegarle un grito que casi lo deja seco. Pero mira qué son resistentes estos cabrones de enanos, sólo ha tardado un minuto en volver a darme la murga con lo de subirse al carrito: ¿qué hago después de haberme puesto en evidencia delante de todo el mundo gritando como un bárbaro? ¿Lo estrangulo ya directamente?

Luego ha tocado pescadería, coger número para hacer cola, justo lo que procuro evitar a toda costa cuando voy de compras, que yo ahí, como duermo poco y mal, directamente me duermo de pie, como los caballos. Suerte que hoy teníamos perfomance al otro lado del mostrador, que estaban las pescateras de un alegre increíble para lo que es el gremio, por lo general de un malencarado que te dan ganas de dirigirte directamente a las merluzas antes que a ellos. Supongo que sería porque es sábado y ya acariciaban la noche de desenfreno en los pubes del centro a lo living la vida loca o puede que una cena romántica con sus respectivos marom@s con postre de nata incluido; yo qué sé, pero había más frescura en la conversación de las dependientas que en el género que servían. El caso es que ha resultado de lo más entretenido asistir a la conversación de las chavalas, hablando de un tal Lugones, no he comprendido si por el apellido o la procedencia, que las tiene locas, el encargado más guapo y estirado del Mercadona por lo que he podido entender. Parece ser que las pone y mucho, siquiera sólo porque debe ser un cabrón de cuidado; a las mujeres no las entiende ni su terapeuta así se dejen media nómina en el mismo.

De vuelta al infierno de los pasillos con suz zombies pululando por ahí a lo esto por lo menos es gratis y no pasas frío, que voy a por la leche y me doy de lleno con la situación más absurda que había visto en mucho tiempo. Dos señoras de edad avanzada frente a frente con sus carritos en un atasco provocado porque los reponedores habían dejado sus carros a rebosar de mercancía junto a las estanterías.
Dos señoras carro con carro que ni avanzaban ni retrocedían, digo yo que presas de un bloqueo mental provocado por encontrase ante una situación para la que no estaban programadas; ¿quién tiene que retroceder con el carrito en estos casos, ella que parece de de misma edad y posición social -recordemos que estamos en Uvieu-, o yo que no sé cómo se le pone la marcha atrás a este trasto? En fin, y luego me dirán borde y maleducado porque me he hecho sitio entre las dos señoras pidiendo permiso todo el rato, perdón, perdón, paso, que voy, prácticamente apartando sus carritos con el mío y diciendo por los bajines a ver si viene un encargado a darles cuerda a la señoras...

De cualquier modo, no sé cuánto llevábamos ya en el super ni me importa, entre el calor y el coñazo de tropezarte con todo el mundo, de ver el carrito a rebosar, el puto enano tirando cosas al suelo desde su asiento, el mayor brincando de un extremo al otro con una bolsa de plástico en la cabeza, pues que servidor ya no veía el momento de salir de aquel infierno. En la cola de la caja, que se nos ha olvidado esto o lo otro. Mi señora que va a por ello, la cosa que avanza y yo que muevo el carrito y le doy una ligera patadita a la cesta donde he puesto las cajas de leche, eso sin percatarme que éstas tenían ruedas, por lo que las lanzó sin querer contra las piernas de la señora que tengo delante: disculpe, disculpe, no sabía que tenían ruedas... Ni me ha mirado, ha debido suponer que había un retrasado mental, un sicópata en potencia que empezaba por los píes, detrás de ella, por lo que mejor no abrir la boca, a ver qué es lo siguiente.

Lo siguiente al menos ha sido divertido. La cajera que comentaba distendidamente con la señora cuyos tobillos servidor había machacado antes, que ella siempre había pensado, pensó, que les gallines eran tontes, pero que vio les de la so güela y diose cuenta que eran muy listes, que pasole lo mismo coles vaques, que viales con eses cabeces tan grandes y esis cuernos tan largos y pensaba que eran tontes, pero de tontes na de na, ho! Una conversación a pie de caja, con toda la cola esperando para pasar, que, oyes, a mí al menos me resultó deliciosa, deliciosamente asturiana además, y esto sin ánimo burlesco alguno, en serio. Y eso que he estado en un tris de decirle: lo que pasa ye que la bobina yes tú, vidaaaaaa! Otra cosa fue cuando nos tocó a nosotros meter la compra en las bolsas y la pava, super simpática, como la mayoría por estos pagos, hay que decirlo, le dio también por pegar la hebra con nosotros y hasta quería ayudarme a meter las cosas. En eso que le digo que atienda al siguiente cliente, y ella que no pasa nada, ho!. Pues a mí me parecía que sí, que si pasaba, que había una cola en la caja como hasta el Naranco y cuyos miembros en cualquier momento nos podían haber linchado a ella y a mi familia; máxime cuando encima tenía a los nenes, el uno que seguía arrojando las cosas y el toro llorando a moco tendido porque se había dado con la cabeza contra una columna.

En fin, suerte que ya luego todo es hacer músculo para meter las cosas en el coche, subirlas a casa y esperar a que mi señora despeje la cocina para ponerme con la merluza con almejas en salsa verde y los mejillones de aperitivo. Un día más, y a esperar la visita de mañana.

Y claro, como esto va de supermercados, qué otra cancioncica podía escoger el menda, estaba cantado...

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