domingo, 18 de diciembre de 2011

SAFARI CON PESADILLA EN PILOÑA


Vaya por delante, por si ascaso, que lo de pesadilla no tiene que ver con el hecho de que ayer tuviera comida con mi suegra; vamos, no de entrada. Pero así y todo, haberla la he tenido esta noche y de las fuertes. Pero, y sin que sirva de precedente, la de anoche no ha tenido que ver directamente con mi suegra, sino más bien con la decoración del restaurante sito en una localidad del concejo de Piloña cuyo nombre guardo para mí. Una decoración que, por otro lado, parece muy en boga aquí en el interior de Asturias, tierra de aficionados al perdigón, no más que en otras partes, pero sí en medio de un paisaje excepcional como pocos, de mucha caza y terreno para patear detrás de ésta. De hecho, tengo una entradica por ahí que habla de otro recinto hostelero al borde de la carretera que conduce a Piloña, verdadero remedo astur del que sale en la película ABIERTO HASTA EL AMANECER de Robert Rodríguez (el chicano-americano, no otro que yo me sé -esto ye un guiño, claro-) y Tarantino, en el que nada más entrar te das de narices con el oso disecado que tienen colgado en la pared, entre otras pobres bestias -por no hablar de otras que más que pena dan verdadero miedo, y que aparecen en las fotos que también jalonan las paredes del recinto y entre las que te puedes encontrar desde la fauna local, Francisco Álvarez Cascos, a otros espécimenes de allende el Huerna y Pajares, algunos incluso en peligro de extinción, o no, tipo Aznar, todos ellos en plan jauría o también llamada alegre compañía o reunión de comilitones...) y una masa compacta de tipos cortados por el mismo patrón, vamos en pantalón de campaña y chaqueta otro tanto: cazadores. Nada del otro mundo, ya digo que ésta es tierra de cazadores, con su recién elegido presiautonómico a la cabeza, gente que le gusta tirar de gatillo, o lo que es lo mismo, cargarse todo bicho viviente. En fin, cada lugar tiene su propia idiosincrasia, así que no digo nada, que de la misma manera que aquí en Asturias les va mucho lo de pegar tiros a todo bicho con o sin cuernos, no muy lejos de aquí también les iba hasta no hace mucho lo de pegárselos a todo tipo de estopa con o sin casco...

Así pues, ya no me sorprende traspasar el umbral de la entrada de uno de estos establecimientos y darme de lleno con toda una exhibición de la crueldad humana en forma de bichos disecados a mayor gloria del pujo depredador del escopetero de turno. Ahora bien, que uno esté acostumbrado no es óbice para que me siga resultando sumamente desagradable semejante tradición o como se le quiera llamar, y eso que haciendo un extraordinario ejercicio de empatía puedo llegar incluso a entender el espíritu lúdico que anima ciertas cacerías en las que cobrarse ciertas piezas sólo es una excusa para luego disfrutar de la carne de la caza en buena compañía y mucho vino, el ser humano lleva haciéndolo desde la Prehistoria y por mucho que se diga tampoco es que hayamos avanzado tanto en lo sustancial; se le va a hacer, oyes, a mí me ponen una pieza asada de ciervo o una becada delante de la mesa con una buena jarra de vino y aquí iba a estar yo despotricando contra la cosa cinegética esa... Lo que ya no veía era cómo encajar en esta escena a lo final de aventura en una conocida aldea gala, son los zorros que colgaban en las paredes; que como no se comen qué otra cosa pudo animar al bestia de turno a dispararles que no fuera el placer de matar por matar.

Pero lo que de verdad originó mi pesadilla de anoche no fueron los zorros o las cabezas de ciervos, rebecos y cabras monteses del comedor donde estuvimos ayer de alegre comida familiar, sino más bien lo que escondía ese otro para grandes eventos al que eché una mirada al salir y en el que descubrí cómo la horterada no tiene límites, cómo el mal gusto, la querencia patria por lo grotesco, y en este caso con más de una gota de crueldad innecesaria, es el más genuino producto nacional, verdadero museo de horrores, verdadero escenario de la idiocia humana. Pues que resulta que me encuentro al fondo de ese gran comedor un escenario repleto de animales disecados de gran tamaño, una jirafa, un león, un guepardo, un oso, un cocodrilo, una cabeza de hipopótamo, un chimpance, un...

¿Y la pesadilla? Pues que he soñado que todos esos bichos del restaurante salían en estampida persiguiéndome, pero que, cuando al cabo de un rato conseguían alcanzarme, no me hacían nada, pasaban de largo, porque no iban a por mí, no, de hecho no iban a por nadie, más bien huían como almas que lleva el diablo, y no precisamente del fuego provocado por un servidor, sino de alguien cuya silueta apenas se distinguía bajo el umbral ese de la entrada al restaurante con una copa de orujo en una mano y la otra levantada al grito de: ¡catalaaaaaanes, vaaaaaascos, separatistas todooooos, que sois unos paletoooooooooos!

Vamos, que si es por fauna...

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