jueves, 8 de diciembre de 2011

¡SE ARMÓ EL BELÉN!



Este martes tocó montar el Belén y el árbol de las... Navidades, que el mayor ya lo estaba reclamando a gritos cada vez que se levantaba de la cama: ¿la Navidad, dónde está la Navidad en esta casa? De modo que mama se puso con el árbol y ordenó a papá que hiciera lo propio con el Belén, todo ello bajo la supervisión de los mocosos de la casa, esto es, entre saltos de emoción de éstos y los gritos de sus progenitores cada vez que cogían una pieza o tiraban al suelo una bolsa con el serrín del año pasado para asfaltar lo que sería en el fututo Palestina.

Así pues, aitatxo empezó de morros con lo del Belén porque, para qué engañarnos, esto de la Navidad hace ya tiempo que se convirtió para él en una mezcla entre la anoñaranza de un tiempo mejor, pasado, feliz incluso, y este nuevo de mero compromiso en territorio ajeno. Sin embargo, si las Navidades verdaderamente felices apenas coinciden en el recuerdo con la infancia propia, cómo olvidar que, de momento, también lo son para tus retoños, sobre todo el mayor, el que más se entera de qué la fiesta, que no cabe de gozo ante unas fechas que para él son poco más que regalos y más regalos, que ya tendrá tiempo de darse cuenta de que también, o ante todo, las Navidades son una encerrona familiar de mil pares de... turrones.

De modo que servidor empezó con el Belén a regañadientes y acabó a lo Brunelleschi. Tampoco es que el arquitecto-urbanista que hay en mí, decorador de interiores más bien, tuviera mucho espacio para crear; pero, eso sí, será por imaginación, ahibalahostiapues. Y es que el menda con unos papeles, un poco de serrín y los clip de Famobil de mis hijos te monta un portal de Belén que ni el barroco ese famoso de Laguardia o el de Siena.

Ahora bien, tengo que reconocer que a mí la iconografía al uso del género me aburre un tanto con sus pastorcitos, sus ángeles anunciadores, su jesusito y toda la hostia. Todo eso está muy bien para el que creyente a pie juntillas en el episodio bíblico de marras, el que se enternece con estas cosas. A mí lo que de verdad me pone desde siempre de los belenes son...¡¡¡¡LOS ROMANOS!!!!

De hecho, de pequeño siempre que llegaban estas fechas lo que más ilusión me hacía es que, o bien me llevara mi madre, o que me diera la guita para ir solo, hasta la librería que había en la calle Gorbea de mi ciudad, cuyo nombre ya no recuerdo, la cual se llenaba de repente de artículos para el Belén. Una gozada, había de todo, pero sobre todo había romanos. Eso sí, ya me había advertido mi madre que nada de comprar una legión entera, que con unos pocos iba que chutaba, no olvidemos que en aquel entonces todavía no había chinos y las cosas costaban lo que costaban, mucho. Así pues, había que esperar un año para, con la excusa de reponer las figuras dañadas o perdidas, volver a la librería de Gorbea para comprar otras nuevas y...¡más romanos!De ese modo, paulatina y pacientemente, conseguí reunir un grupo considerable de legionarios con su centurión: seis. Bastantes para no dar demasiado el cante en el Belén, y de sobra para poder hacer lo que realmente me apetecía en Navidades: jugar a romanos contra judíos. Sí señor, el Belén era el escenario justo para ambientar batallas entre los conquistadores romanos que aparecían de repente en la pobre Judea para dar caña a esos pastores desharrapados (recuerdo unos que iban medio en bolas o apenas tapados con una piel de carnero o por el estilo; creo que todavía están en la cada de Berros) y que junto con el alfarero, el carnicero, el churrero y vete a saber quién más, las lavanderas para..., formaban el ejército de resistencia al invasor que dirigían los Reyes Magos, en resumen: a hostia limpia.

Pues bien, dicen que ser padre es la ocasión de revivir tu infancia, incluso de resarcirte por las carencias de ésta. En mi caso va a ser que sí, que por fin, y gracias a los clip de Famobil de mi hijo mayor, puedo tener mi legión romana en condiciones. A decir verdad, hay más clips de romanos que del Belén en sí. Acojonaditos tengo a la Marí, el Txema y el niño Jesús, a los Reyes Magos que ya no sé si vienen de Oriente o escapan hacia allí. Toda una legión romana en regla, con sus centuriones, sus legionarios, sus fasces, una cuádriga incluso, que salen del palacio del gobernador Pilatos para ver qué coño es eso de que ha nacido el rey de los judíos. Anda que no pone poco ni nada pensar qué hubiera pasado si ese día llegan las tropas romanas a Belén a hacer lo que mejor sabían: arrasar, matar, violar, esclavizar... vamos, lo que venía a ser civilizar al bárbaro. Como que nos hubiéramos librado de toda esta mandanga cristiana que impregnan unas fechas que habríamos celebrado igualmente porque estas de ahora no son sino esas otras del Solsticio de Invierno, esas que nuestros antepasados paganos celebraban por todo lo alto para felicitarse por el éxito de las cosechas, la abundancia de ganado y caza, el número de bajas en la tribu vecina o de mozas raptadas en ésta para lo de aumentar la propia, supongo yo que pasando olímpicamente de esta exhibición impúdica de falsos buenos sentimientos y no digamos ya del pringue ese en plan vamos a reunirnos todo el clan que buenas son hostias...

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