lunes, 19 de diciembre de 2011

Por qué mi hijo pequeño tiene ya motivos para odiarme...


Mira que se lo recalqué a su madre cuando elegíamos el nombre. Nada que empiece por M, que ya tenemos a Martín, que me voy a liar, que me conozco. Yo insistiendo que si Iban, Iñigo, Gabriel, Peio, Unai, Roque, Santiago, Aketza e incluso Toribio o Segismundo. Pero ella erre que erre, que ahora le tocaba a ella. Así que Mikel se quedó. Pues bien, tenía que pasar, tenía que pasar lo que me pasa cada dos por tres.

Hoy a la tarde que llevo al mayor a su clase de inglés y me voy con el pequeño hasta el parque de El Campillín, donde acostumbro a darle la merienda antes de soltarlo ya a lo ¡ojo que va el cabestro! Ya en el banco junto a los columpios que bajo al enano del cochecito, éste que se me va tipi-tapa, que se sale del recinto de los columpios, que se me aleja por la pequeña esplanada que hay antes de llegar a la carretera que separa el El Campillín de lo Antiguo. Yo que le llamo a gritos, a ver si se para, si me hace caso, que adónde va, qué hace, qué motiva tamaña espantada, tan pronto, sin esperar a la edad del pavo:

-¡¡¡MARTIIIIIÍN, ¿ÁNDE VAAAAAAS? -el crío que ni se inmuta.
-¡¡¡MARTÍIIIIIIIIN, QUE TE PAREEEEEES!!!! -ni puto caso.
-¡¡¡¡QUE TE ESTÉS QUIETO, QUE NO CORRAAAAAS, MARTIIIIIIIIIIIIIÍN!!!!! -él en las mismas.

Entonces, solo entonces, a pocos metros de la carretera, que se me enciende la luz.

-¡¡¡¡¡MIKEEEEEEEEEL, MIKEEEEEEEEL, PARAAAAAAAAA!!! -y se para, en seco, como un cacharro al que le das al OFF-

Yo que me acerco hasta él al trote.

-¿Adónde ibas Maaa....Miiiiiiikel?

El crío de morros, que me mira como quién mira a la decepción más grande que ha tenido en su corta viva, que no da crédito a lo bobo que es su padre, que me dice con la mirada torva; ésta te la guardo, vaya que si te la guardo...

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