lunes, 5 de diciembre de 2011
ME EQUIVOQUÉ, LO SIENTO
Pues claro, el que tiene boca se equivoca, y como rectificar es de sabios, Fernando Aramburu lo es y con creces. F.A. recitifica, aclara, matiza, en su mayor parte, y la verdad es que así hecho uno no puede sino quitarse el sombrero por su gallardía en reconocer la culpa, el daño hecho injustamente. Esto es tan poco frecuente en la tan pomposa como estúpidamente llamada República de las Letras, que, sensiblero que es uno, no puedo evitar emocionarme y todo. ¡Bravo por Aramburu! Su disculpa, además, no quita para que todo lo que dice de relleno en la disculpa también sea cierto, al menos yo lo comparto en su totalidad.
Carta a los escritores vascos
"Me equivoqué. Lo siento", dice el escritor Fernando Aramburu en esta misiva. Lo hace en respuesta al revuelo que ha causado una entrevista mantenida con EL PAÍS en la Feria de Guadalajara, donde obtuvo el Premio Tusquets por una novela que recrea los inicios de ETA. Su titular fue: "Los escritores vascos no son libres, están subvencionados".
Tengo una convicción: la de que, con contadas excepciones, los escritores, intelectuales y, en fin, las personas que en Euskadi ejercen el oficio de expresarse en público no han, no hemos, estado a la altura de nuestra historia reciente. El otro día, en Guadalajara (México), no supe transmitir esto ni con ecuanimidad ni con templanza y he ofendido, por lo que desearía puntualizar y disculparme. Se conoce que todavía me turba la enorme pena que durante años he sentido al ver sufrir a gente conocida y desconocida a mi lado. Razonar con objetividad en tales circunstancias es difícil, pero acaso resulte más útil a los ciudadanos el error de quien dice lo que piensa (y además está dispuesto a reconocer que se equivoca) que el silencio de costumbre.
Ninguna mano ajena pulsa las teclas de mi ordenador. Yo me expreso a título personal. No opino al servicio de los intereses de partidos, instituciones o grupos de poder. Soy escritor, me preguntan, respondo. Ni siquiera resido en España. Podría consagrarme con total comodidad al ejercicio diario de la indiferencia; pero no puedo y no quiero por cuanto, a pesar de la lejanía geográfica, me reclaman intensamente el rechazo del terrorismo y la compasión con las víctimas.
Las palabras difundidas en la prensa días atrás junto a mi nombre no son directamente mías, sino resultado de la transcripción, el resumen y el corta y pega del periodista de turno. Ya solo el titular que se me atribuye tira de espaldas. "Los escritores vascos", dice sin matizaciones. Ni siquiera "algunos" o, estirando la goma, "numerosos". Y a continuación un reproche que en realidad iba en otro lugar de mi reflexión.
Así y todo, reconozco que hablé sin humildad. Pido por ello perdón. No me sirve de excusa alegar que el coloquio transcurría por cauces humorísticos ni que la ocasión del mismo era la entrega de un premio literario, con todo lo que esto conlleva de desenfado cuando no se desea incurrir en maneras ceremoniosas o solemnes.
Cayó de pronto, en un ambiente de sonrisas, la pregunta. Dicha pregunta presuponía una tesis: la de que los escritores (entiéndase los novelistas) en lengua vasca han tratado poco el tema de ETA. Comparto dicha tesis a medias. Hay una balda en mi biblioteca bastante poblada de novelas escritas por autores euskaldunes que tocan de frente la cuestión, algunas con dedicatoria afectuosa. También hay otras en las que la cuestión del terrorismo se aborda de forma lateral, con abundancia de subterfugios, en pasajes sueltos y como de puntillas para no molestar.
La razón es el miedo en unos, la complicidad con los causantes de dicho miedo en otros. Que el miedo estaba justificado queda fuera de toda duda. Que el miedo es incompatible con la libertad, también. En Euskadi han muerto a tiros ciudadanos que opinaban por escrito en los periódicos. Otros recibieron un paquete-bomba. Particularmente habituales eran las llamadas telefónicas con intención amenazante. En Euskadi ha sido frecuente ver periodistas y profesores de universidad con escolta. En mi ciudad, la librería Lagun fue repetidamente atacada. El final del cantante Imanol parte el alma de los hombres de buena fe. No es fácil olvidar las notables ausencias, los sonoros silencios, del gremio literario durante los actos de apoyo a los periodistas, libreros y demás representantes culturales atacados.
Y, sin embargo, no se deduce de ello por fuerza que los escritores ausentes fueran insolidarios o se mostraran impasibles ante el dolor ajeno. Me faltan dedos en las manos para contar las ocasiones en que he escuchado, durante la conversación privada, en voz baja, a escritores euskaldunes reprobar la violencia que no reprobaban en público. Me consta que otros han dejado de colaborar en periódicos no nacionalistas o han declinado invitaciones a colaborar en los mismos por presiones de eso que ha dado en llamarse el mundo abertzale. Claro que nada de esto o muy poco trasciende a la realidad oficial, pero a nada que uno dé un paseo por la zona se tropieza más pronto que tarde con la triste verdad.
Llamativo es el número de novelas en lengua vasca cuyas tramas se sitúan en ciudades y países lejanos. Por supuesto que el escritor es o debe ser libre para elegir sus personajes, sus marcos narrativos y lo que se le antoje. Es, además, admirable que el euskera viaje literariamente por el mundo en vez de limitarse al canto costumbrista. Pero cuando un dato abunda constituye una característica y es entonces inevitable tenerlo en cuenta en el diagnóstico.
Un escritor vasco en lengua española tiene más fácil la escapatoria por cuanto puede desarrollar una carrera editorial fuera de Euskadi. Un escritor euskaldún, no, y esto yo no lo supe explicar el otro día cuando mencioné subvenciones, ortodoxias, disimulos y demás procedimientos humanos, demasiado humanos, de supervivencia. Por lo visto pisé un hormiguero. Aunque desde entonces me han llovido algunos insultos, me daría con un canto en los dientes si después de mi intervención temperamental ocurriera el milagro: que las zonas de silencio en Euskadi empezaran a vaciarse de escritores y hubiera un intercambio de pareceres, quizá un debate con las debidas formas de cortesía. Nada de esto quita para reconocer que la semana pasada me equivoqué y que lo siento.
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