viernes, 23 de diciembre de 2011

DEL BENEFICIO TERAPEÚTICO DE LOS TACOS Y JURAMENTOS EN EL TRATO CON LA ADMINISTRACIÓN


Hoy me he acercado hasta la Hacienda española de aquí de Oviedo, eso que llaman Agencia Tri... ¿Trinitaria, Tribal, Trabucaire? Bueno, donde sea que tenía que preguntar una cosica. Total, que entro con mi hijo mayor tras pasar por el correspondiente control (ha habido suerte y no han saltado las alarmas con los juguetes que llevaba el crío en el bolsillo), y nos hacen esperar para que el funcionata de turno nos proporcione la información requerida. Llega nuestro turno, un tipo con cara de pocos amigos nos espera agazapado detrás de su ordenata en un cubículo ínfimo entre mamparas, un tipo con cara de batracio, un tipo que ha sido verlo y venirme a la cabeza el Jabba de la Guerra de las Galaxias, un tipo difícil de ver, repulsivo, también de imaginar en cualquier otro sitio que no fuera pegado a su asiento, que frunce el ceño dos veces: la primera a ver mi careto y la segunda la carita angelical de mi hijo; parece que no le gustan mucho los niños, digo yo que de no ser para comérselos o algo por el estilo, no soy biólogo así que no conozco mucho los hábitos de su repugnante especie... Eso si no les tiene miedo, que vete a saber, miedo a que le desordenen la mesa, le peguen un moco en la silla o se echen a llorar al grito de: ¡el coco, papa, ese señor es el cocoooooo!

En cualquier caso, yo que le expongo mis dudas, el que me dice, con un tono a medio camino entre el fastidio y el desdén, ambos infinitos, que allí lo único que tengo que llevar es el impreso número X, que el resto no era asunto suyo, que preguntara por ahí. Tal cual lo escribo, yo intentando que me explique, por favor, a qué otros sitios tengo que acudir para cumplimentar lo que tengo que cumplimentar, que me resuelva unas dudas al respecto, y la masa amorfa esa que lo único que a él le interesa es el impreso número X; que pregunte donde tenga que preguntar, pedazo de cabrón ensoberbecido y chupapollas.

Pues nada, ante tamaña muestra de simpatía y diligencia sin parangón alguna en cualquiera de las administraciones públicas de globo terráqueo, nos levantamos mi hijo y yo disculpándome, con toda la sorna que he sido capaz de imprimir a mis palabras, por el precioso, inestimable, tiempo, menos de cinco minutos, que he debido hacerle perder con mis pijadas a tan esforzado funcionario, que ya se sabe que éstos no están para atender al ciudadano, ¡dónde se ha visto!, y no voy a decir ya con una sonrisa, ni siquiera con un mínimo de educación, que ya se sabe -o al menos hay que ir sabido...- que cuando uno se acerca a la administración lo hace a riesgo de que lo humillen por lo que sea y como sea, así que suerte si solo te marean un poco de una ventanilla a otra, si te hacen esperar toda la mañana, aunque no veas a nadie más esperando delante de tí y tampoco a ellos especialmente ajetreados.

Así que he vuelto a salir por enésima vez de un edificio público (de hecho, ni siquiera he esperado a salir, sino que más bien he empezado a hacerlo al instante de ponerme de pie en el cubículo aquel de marras) cagándome en Dios por todo lo alto, en la puta madre que parió al batracio ese, si es que no surgió por generación espontánea en una inmunda charca de mierda donde el gobierno cría a sus futuros servidores, en todo el gremio funcionarial en partcular y ya de paso en todo el estado español en general. No habré resuelto mis dudas, pero a gusto me he quedado un rato...

Luego que me digan que eso de jurar en hebreo está mal visto, que no es propio de gente educada y tal, que no hay que enseñarle a los niños semejantes juramentos o tacos si queremos que crezcan envueltos en la inmaculada aureola de perfección que los convertirá en hombres de provecho el día de mañana. Vamos, que hay palabras tabú que hay que desterrar de nuestro vocabulario por principio, como si fueran virus o taras del castellano que lo afean, lo vulgarizan, lo proletarizan. Pues una mierda clavada en un palo, sin ir más lejos el que le habría metido, con punta, por el culo al puto capullo aquel de no haber tenido a mano una larga retahíla de insultos y juramentos afín de poder dar rienda suelta a mi acceso de cólera provocado por el trato recibido.

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