martes, 18 de octubre de 2011

EMPATÍA


Por la mañana en un pasillo del Hospital Central de Asturias. De repente un chico joven acompañando a su madre, perdido en medio del laberinto de pisos, pasillos y despachos. El hijo pregunta por la doctora que le ha citado a través del móvil y cuyo mensaje enseña a una de las enfermeras. Sí, la doctora X, esperad que ahora os atiende. Nadie del servicio que abarrota en ese preciso momento el pasillo se molesta en indicarles la salita de espera. El hijo y la madre en medio del pasillo, dos fardos humanos en medio de la vorágine hospitalaria. A sus espaldas una de las enfermeras que no puede evitar deslizar el comentario que debía estar farfullando desde hacía un buen rato: ¡no, si al final vamos a tener que aprender idiomas para atender a esta gente, ho! El resto de las compañeras le ríen la gracia. Claro que sí, cómo que no se les ha notado poco y nada cómo se les ha quedado la jeta cuando han visto aparecer al moraco joven acompañando a su señora madre con hiyab y chilaba, seguro que lo primero que han pensado ha sido: ¿tamos de antroxu o qué, ho?

Hay miradas que matan, otras hieren y poco más. Te presentas arrastrando la pierna en un hospital donde se supone que lo primero que tiene que hacer uno de los profesionales que allí trabaja es interesarse por tu estado de salud; pero ya, ya, lo primero ni siquiera son caras de sorpresa, sino de un más que evidente disgusto, fastidio; ¡a qué coño vienen éstos aquí, por qué no se quedarán en su casa, como que no tenemos poco curro ya ni nada como para que encima nos vengan de fuera!

Ni siquiera se trata de lo que piense cada uno sobre la emigración y sus pormenores, los prejuicios de cada cual acerca de la cosa islámica esa del hiyab o lo que sea, del lógico fastidio de tener que atender a alguien que apenas habla tu idioma, que estás tú con tus cursillos de inglés de todos los años por septiembre como para ponerte ahora con el árabe, que es sabido que en realidad en una lengua muerta y que lo que habla la morisma es un dialecto apenas inteligible por alguien que no sea de su mismo aduar, su mismo pueblo. Pero creo que deberías recordar que eres una profesional y debes atender a todo el que viene a tu hospital por igual, ¿o es que acaso le pones mala cara también al señor todo trajeado con corbata o a la señorona de Oviedo con su cardado anti capa de ozono? Y ni siquiera eso, con que recuerdes que eres persona y que a ti tampoco te gustaría ser recibida del mismo modo en un país extranjero es más que suficiente. ¿O es que también hay que recordarte que hubo un tiempo en el que miles de españoles, de asturianos, se presentaban de esa guisa o parecido, cuántos acompañando a su madre recién llegada del pueblo vestida de luto de arriba abajo, en los pasillos de los hospitales de Paris, Berlín, Bruselas y se encontraban a otras tantas enfermeras estiradas o burlonas que les dedicaban otros tantas miradas de infinito desprecio?

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