viernes, 28 de octubre de 2011

IN MEMORIA



Sí, tienen razón por ahí, el que quiera saber de Juan Mari Bandrés tiene el Gugleg ese a su entera disposición. De Bandrés sólo hay que hablar en lo que le atañe a uno, que entonces todavía era más pavo que ahora, pero aún así, siquiera porque los adolescentes de mi época estábamos no ya politizados, sino hiperpolitizados, cada uno en su bando, con su fatría o simple cuadrilla de borrachos, en una continua tensión ideológica por si te desviabas, si te salías del camino, a ver si me van a tomar por tal o cual, si no parezco lo suficientemente esto o aquello, todo a cuenta del insoportable clima de espesuras políticas del momento como para no pegar ojo; aunque para qué, si total estábamos toda la puta noche en la calle.

En fin, yo me entero de la muerte de Bandrés y me emociono, reconozco haber llorado, incluso hacerlo cada vez más a menudo a la mínima de cambio, y recuerdo de inmediato al político osado, coherente, a carta cabal, el del Proceso famoso que a nosotros ya nos llegó de entre las brumas, el que tuvo los redaños, cuando lo más cómodo hubiera sido dejarlo pasar, y siempre, siempre, sin perder la compostura, de denunciar desde la tribuna del Palacio de Congresos de Madrid el asesinato de Arregi por parte de los cuerpos de seguridad del Estado (estaba en el patio del colegio, ese día no entramos a clase porque iba a haber huelga general en toda EH, y todavía me acuerdo del impacto de oír hablar del cádaver en la bañera donde había sido torturado hasta morir), razón por la que fue abucheado e insultado por la plana mayor de sus señorías, faltaría más, se trataba de un etarra, del enemigo, en guerra todo estaba permitido, ya luego vendrían los tiempos de ponerse exquisitamente democráticos, de sacralizar el estado de derecho por los mismos que se lo habían pasado por el forro de los cojones. Bandrés, el que sacó los colores al PSOE con lo del GAL, el que vilipendiaban los cómplices de los asesinos de ETA cuando acudía a las primeras concentraciones ciudadanas en repulsa de sus crímenes, el que no dudaba en echar una mano en cuantas causas justas en defensa de los derechos humanos fueran posibles, el abogado implacable y lúcido que le hizo acariciar a uno la posibilidad de acabar una carrera que empecé de todo menos derecho.

Bandrés como ejemplo del político valiente y honrado, un hombre bueno ante todo, un hombre bueno para tiempos en los que éstos se pueden contar con los dedos de las manos, en tiempos en los que serlo es tenido por la mayoría de verdaderos listillos, de los que creen cortar el bacalao o apenas sueñan con hacerlo, como propio de gente de poco juicio, idealistas empedernidos o ya directamente tontos del culo -ya se sabe que la tontería es proporcional a lo obtuso o necio del que cree reconocerla en testa ajena- y en todo caso gente poco práctica. Bandrés un modelo en lo político y lo humano, dime tú ya cuántos quedan por ahí de su misma categoría.

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