jueves, 13 de octubre de 2011
SON LOS PADRES
No, claro, el nacionalismo español no existe; son los padres.
Muy bueno lo de Javier Vizcaino en su artículo de hoy en PUBLICO, vamos, como siempre genial en su LA TRAMA MEDIÁTICA, donde acostumbra a destacar las perlas más patéticas y pasadas de rosca del facherío escrito.
El nacionalismo es muy malo, sí claro, dicen que la ideología de los idiotas, la de los que no tienen otra cosa de la que sentirse orgulloso que su partida de nacimiento, la tribu como cobijo intelectual, el amor al terruño hecho política para sacar los cuartos al vecino, convertir lo propio o particular en excelencia. Todo esto y otros tantos tópicos más. No digo que muchos no sean ciertos, de hecho los comparto en su mayor parte. Ahora bien, que no me digan que es lo mismo el nacionalismo de los grandes, el que reivindica pasados imperiales, el que unifica a la fuerza, el que exige adhesiones inquebrantables con el código civil y hasta militar en la mano, el que de verdad mira a los pequeños por encima del hombro, desprecia sus lenguas y culturas porque considera la suya superior y por lo tanto con derecho a prevalecer sobre las demás, a ese otro de los pueblos pequeños que apenas reivindican otra cosa que sobrevivir como tales, que no sueñan con pasados imperiales o hegemonías mundiales, ni siquiera con acudir de tapadillo a la cumbre de los 10 países más poderosos del mundo, sino poco más que a preservar su lengua y su cultura en medio de gigantes.
Luego claro que muchos de esos nacionalismos pequeños, periféricos según el plumilla mesetario (y esto es más un estado del alma que una descripción geográfica) de turno, pecan de excesos hasta en su mismo origen, tienen más de un Sabino Arana o un Duran Lleida que esconder, abusan del poder circunstancial de sus votos para obtener o mantener privilegios en prejuicio del resto de sus conciudadanos, pecan de soberbios e insolidarios, incluso de creerse mejores que los demás, caen en la tentación de comportarse como esos otros "mayores"; energúmenos los hay en todas partes.
Con todo, apenas es una cuestión de ideología, ni siquiera de sentimientos, apegos lingüísticos o partidas de nacimiento, y desde luego que tampoco nada que quite el sueño a la mayoría, sino más bien de simple y pura estética. Como que hay un abismo entre la parafernalia nacionalista de los uniformes militares, las exhibiciones aéreas en época de crisis, el rechazo del diferente o el disidente por principio, el desprecio de todo lo que no sea lo propio, y en resumen, la creencia en unidades universales de destino con los sables y sotanas como garantes eternos, la convicción de que el resto debería ser consciente en todo momento de que somos una de las naciones más importantes del globo terráqueo, asunto que con la crisis de por medio dan ganas de echarse a reír, que ese otro orgullo tan lejano de ser español porque España sea algún día un país, nación, estado o lo que sea, verdaderamente democrático y libre donde las diferencias entre clases sean mínimas, las oportunidades de éxito no dependan de éstas, donde ya no seamos súbditos de majestades algunas para ser ciudadanos de verdadero derecho. Una España que sólo será grande y libre si es justa, democrática y plural, si reconoce el derecho de muchos de sus conciudadanos a tener su propia y diferente idea de España, allí donde todos sus ciudadanos y pueblos puedan sentirse a gusto porque no hará falta renunciar a lo propio, a la diferencia, para ser un buen español, ni siquiera hará falta serlo tal cual, con ser ciudadano será suficiente.
Claro que todo esto leído tal que así suena a cuento chino a tenor de lo que se ve y escucha a diario, que no creo yo que los que ayer vitoreaban como posesos al paso de su ejército, levantaban brazos en alto y hondeaban sus rojigualdas como únicas banderas con derecho a serlo, estuvieran mucho por la labor. Pero eso sí, luego los nacionalistas de campanario y aldea, los tribales y excluyentes, son otros, ellos no, ellos son patriotas, qué digo, son los padres.
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