sábado, 29 de octubre de 2011
LA FUERZA DE LA SOBERBIA
Como se ha muerto Bandrés es inevitable hablar también de Euskadiko Ezkerra, aquel partido de la infancia y juventud que tanto le marcó a uno, ya fuera porque mi padre, quién sabe si sólo porque peinaba a la mujer y suegra de Onaindia, porque hacía migas con el suegro, o porque alguna vez tuvo algo parecido a principios o ideas, me llevaba a los mítines cuando apenas era un niño en aquella época tan convulsa de la Transición. De hecho, recuerdo con especial emoción aquel en Mendizorrotza donde vi cantar por primera vez a Urko, cuando todavía lo hacía, claro. Desde entonces y siquiera ya sólo de corazón, sordo para todo la vida, que era como los batasunos y otros se referían a los militantes y simpatizantes de EE, a saber por qué...
Cuentas que ya con nueve o diez años tenías decidido quiénes eran los tuyos y por qué, y cualquiera que te lea de menos de 30 tacos alucina. Pero es que aquellos fueron unos años en los que hasta los niños vivíamos una politización exacerbada como consecuencia directa de aquella otra ya casi enfermiza de nuestros mayores. De ese modo, y como en tu entorno geográfico y familiar, siquiera sólo en aquel entonces, predominaba las ideas de izquierdas y nacionalistas, insisto que nada del otro mundo en aquel momento donde la simpatía hacia la ETA que había luchado contra el régimen franquista era casi generalizada, donde la gente del Proceso de Burgos, del que salieron los líderes de EE como Onaindia, Teo Uriarte, Izko de la Iglesia o Pérez Irasuegi, eran considerados verdaderos héroes, lo más lógico era decantarse por una de las muchas opciones que defendían una sociedad más libre e igualitaria en detrimento de esa otra franquista de la que veníamos, y con ello también el autogobierno, la defensa y promoción de la lengua y la cultura vascas.
Otra cosa era el cómo y a costa de qué. La gente de EE con Bandrés a la cabeza en seguida empezó a desmarcarse de la violencia de ETA y a condenar sus consecuencias. Muchos de EE que habían estado en ETA como Onaindia no le veían sentido a la violencia en democracia. Más aún, gente como Bandrés denunciaron desde un primer momento la lucha armada desde puntos de vista estrictamente éticos, morales incluso como correspondía a una persona de origen burgués y conservador para la que los valores cristianos siempre estuvieron presentes. A decir verdad, más allá de las reivindicaciones nacionalistas o de izquierdas, lo que realmente motivó la militancia política de Bandrés fue el humanismo, la lucha por los derechos humanos, un alto sentido de la justicia propio del hombre de leyes que siempre fue Bandrés, y que en su momento indentificó con esa otra lucha de las nuevas generaciones como la de Onaindia y compañía.
Eso en el caso de Bandrés, en el de los demás las motivaciones fueron de lo más variadas y sobre todo razón de su posterior fracaso. Dejando a un lado unos principios mínimos como el rechazo a la violencia y el autonomismo, dos pilares ideológicos que inevitablemente los convirtieron en enemigos jurados de HB y ETA(M), en EE había de todo. Pero si había algo antes que nada era soberbia a raudales. LA FUERZA DE LA RAZÓN, ese fue uno de sus eslóganes más conocidos y que revelaba a las claras la soberbia de un partido que ante todo iba de exquisito, que lo fue en gran parte por su manera generosa, civilizada, abierta, de hacer política en una época en la que el sectarismo se imponía por todas partes. Un partido que preconizaba con varias décadas de antelación un País Vasco plural, en el que cabíamos todos independientemente de nuestra ideología o idea de país, un País Vasco de consensos democráticos antes que de asensos pollinos. Un partido de gente increiblemente válida, luchadora, creativa -lo que el resto calificaba de "listillos" porque ya se sabe que en el país de los tontos y los sujeta banderas a lo prietas las filas, en cuanto uno tiene una idea por mínima que sea..."- hizo de la ironía y el sarcasmo frente a sus adversarios una seña de identidad, que estaba tan convencido de su superioridad intelectual frente al nacionalismo vasco de boina y txistu, la derecha ultramontana española, el socialismo "maqueto" de la margen izquierda bilbaina y, muy en especial, de ese poscarlismo marxista que veían en la izquierda abertzale, que no dudaba en mirar a todos por encima del hombro, como si sus contados votos fueran, sin embargo, el doble o triple de valiosos, siquiera ética y políticamente, que los de los demás (anda que no sienta poco bien ni nada la autocrítica..., siquiera a toro pasado)
Así pues, tanta soberbia no acompañó nunca al éxito electoral, pero si al devenir del partido que sufrió el síndrome habitual de los partidos de izquierda en los que cada militante es una lumbrera intelectual que se cree en posesión de la verdad frente al resto de sus compañeros. Resumiendo, acabaron a hostias a fuerza de intentar consesuar el alma izquierdista, humanista, pacifista de unos con esa otra más nacionalista, vasquista sobre todas las cosas, la patria y poco más, de otros. No obstante, la puntilla se la dio el propio Mario Onaindia, que confundió su trayectoria personal y política con la del partido. Como había crecido en Eibar y admiraba al socialismo vasquista del PSOE de Toribio Etxebarria, Mario siempre vío con buenos ojos la unión de fuerzas de todas las izquierdas vascas para hacer frente al entonces hegemónico PNV y así poder arrebatarle el gobierno autonómico. De modo que el nombre de EE acabó en el PSE, la sucursal del partido nacido precisamente en la margen izquierda del Nervión, el de Perezagua, Meabe, Indalencio Prieto, el vitoriano Amat y el padre del actual lehendakari, Eduardo López Albizu. Sí, pero también el de Felipe González, Barrionuevo, Vera, García Damborenea, etc., esto es, el del GAL y la corrupción. Por eso digo que el nombre de EE acabó en manos del PSE, amén de Mario y unos cuantos sordos fieles hasta la muerte. El resto se quedó huérfano de siglas junto a la mayoría de la base electoral de EE. ¿Adónde fueron, dónde acabaron? Pues eso ya lo sabemos todos. Ya fuera por evolución ideológica o por asegurarse las alubias, unos acabaron en Eusko Alkartasuna, otros a Ezker Batua, más de uno de cabeza al PNV, e incluso alguien como Jon Juaresti en brazos del PP de Aznar. Otros como Bandrés, en cambio, y en el caso de éste mucho antes de lo que luego le vino encima, simplemente se quedaron en casa. El epitafio más certero en la tumba de EE lo hizo el propio Juan Mari:
EE no consigue inyectar en el PSOE su dosis de ética política y comportamientos generosos, y el sector nacionalista se vuelve a la casa del padre (PNV). Y punto final, ahí acaba la historia de EE.
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