domingo, 2 de octubre de 2011

UN MARAVILLOSO DIA DE MONTE Y PLAYA



Veranito de San Miguel, ni siquiera los últimos coletazos de un verano al que apenas se le ha visto por estos pagos, sino más bien un verano en toda regla de un par de días, pura canícula a las puertas del otoño. Para no creerlo, sobre todo si te pilla desprevenido y de repente empiezas a sudar como un cerdo, que llevo un par de días que, no sé yo si debido a que mi organismo había empezado ya adaptarse por inercia a los rigores del otoño/invierno al que estoy acostumbrado desde chico y no se lo esperaba, pero tengo la sobaquera que parece un reactor nuclear de Fukiyama.

En cualquier caso, que toca recuperar los pantalones cortos y las sandalias del verano, abrir de par en par las ventanas de casa todo el día, tomarse varias duchas a lo largo del día, trasegar agua y cerveza fresca como un Lawrence de Arabia recién llegado al Cairo, cambiarse de muda a diario.

Y como el tiempo está que se sale, que no hay nubes en el horizonte y por lo tango pegas que valgan, mi señora que me lleva de excursión adonde teníamos previsto la semana anterior. Me lleva hasta la playa de Aguilar en Muros de Nalón, al lado de Avilés, afín de seguir la senda costera que partiendo del extremo oriental de la playa se interna monte arriba a lo largo del recorrido áreas de descanso con mesas y bancos para comer y/o descansar, miradores sobre el borde que da al mar, cobertizos con bancos para protegerse en el caso que llueva, fuentes de agua potable y planos de señalización. Tres horas de caminata a través de pequeños bosques de mata y con el mar siempre en el horizonte y las vistas a nuestros pies de unos preciosos acantilados y playas salvajes, mínimas, que si reparas en los paneles informativos te descubren nombres tan sugerentes como: Playa de Xilo, Mirador de los Glayos,Playa de la Cazonera (probablemente de cazón, una especie de tiburón pequeño), Ermita del Espírito Santo, Playa de los Quebrantos, Capilla del Humilladero, Somao.

En fin, el enésimo ejemplo de las oportunidades que ofrece Asturias para escapar de del agobio del asfalto acompañado siempre del paisaje espectacular que la caracteriza y respirar algo más que aire sano, respirar la bonhomía que le embarga a uno cuando consigue quitarse de encima por unas horicas los malos rollos que, quieras o no, genera la rutina de cada cual. Que ese disfrute sea también el resultado de tres horas de acarrear mochilas, carros y críos, primero cuesta arriba subiendo una infinitud de escalones y luego bajo un sol de justicia al volver por la carretera desde San Esteban de Pravia a la playa del Aguilar, no quita para que la jornada de ayer fuera de las más completas que recuerde en mucho tiempo. Si luego le añades el pedazo de bocadillo con bacon y tomate que nos tomamos cada uno con unas cervecicas pasablemente frías, pues eso, gloria bendita.

Ahora bien, si encima rematas el día con chapuzón el la playa, te enterneces con la angustia de tu enano de dos años porque cree que te arrastra la marea cuando de internas en el agua para pillar unas olas, puteas al mayor un buen rato entre las olas haciéndole tragarse medio Cantábrico o a tu señora con la arena, pues qué más se puede pedir, todo lo más que se repita otro día. Luego ya lo has pasado tan bien que hasta te olvidas del soplapollas del chiringuito de la playa. Ese en el que habías recalado tras una larga caminata sudando la gota gorda, que cuando llegas a la barra con la lengua fuera y una sola idea en la cabeza, cerveza fresca, cerveza helada, ¡cerveza ya!, pero que como hay gente delante te aguantas y esperas tu turno porque tú por lo menos si has recibido algo así como una educación, y no como el pijo repeinado y tonto de nacimiento que entra de repente, y como parece ser que conoce al camarero, que le llama por su nombre, Tonín, Pedrín, Manolín o como le pusiera su puta madre, que pretende saltarse la cola como si la media docena de pavos que estábamos allí fuéramos un puto espejismo, que hubo que recordarle al camarero quién estaba antes y mirarle al otro como si estuvieras a la espera de que se atreviera a abrir la boca para partírsela, no me joden poco ni nada esta especie de soplagaitas que van de guays del Paraguay por la puta vida, eso y que con mi sed no se juega y menos todavía te choteas, cabrón. Luego ya, claro, que la violencia no lleva a nada, que es una pelota que bla, bla, bla. Pues mira, a mí la mala hostia con motivos me desahoga un rato, riéte tú del yoga.

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