miércoles, 26 de octubre de 2011

¡VIVAN LAS CADENAS!


Anoche leyéndole al mayor el cuento de EL GIGANTE DEL PINO. Un labrador forzudo llamado Farell que cultiva una huerta cerca de la ciudad de Barcelona, vamos, un polaco más bestia que un arado. Un día trabajando el campo pasa delante de él un forastero que lo reta a ir hasta Barcelona para echar al moro gigante que ocupa la ciudad:

-No puedo -respondió Farell-, tengo mucho trabajo en casa.
-Peor será -comentó el forastero- si dejamos que los moros tomen nuestras ciudades y nuestras casas.
-Teneís mucha razón -contestó el labrador Farell-. Id andando, que ya voy.


Mr. que me pregunta: ¿y por qué no quieren que los moros tomen sus ciudades y casas? Cualquier otro día hubiera intentado contextualizarle al nene la cosa, le habría hablado de que en otros tiempos los cristianos y los moros andaban a la greña por un quítame ahí ese crucifijo o media luna, que eran otros tiempos, pero que ahora todos somos iguales, vivimos en paz, el diálogo entre civilizaciones, el Mediterráneo como un crisol de tales y en general todo a lo muy políticamente correcto, siquiera sólo para que luego el crío no vaya al cole y le dé por perseguir a Mohamed en el patio al grito de ¡Santiago y Cierra España!.

Pero ayer no tenía el día, que si me hubiera dejado llevar por mi instinto le habría soltado que, ¡cómo que para qué?, pues para que no se nos llene de individuos que luego de hacer la revolución de los jazmines esa, de expulsar a sus tiranos a las bravas, de llenarnos la pantalla del televisor con imágenes de masas arrebatadas al grito de libertad y democracia, van y celebran las primeras elecciones democráticas en cincuenta años para darle el triunfo a una formación islamista cuyo líder hace apenas un par de décadas hablaba de enviar a las mujeres de vuelta a casa, que es donde según él deben estar porque así lo manda el Corán y bla, bla, bla. Algo que, por cierto, me recuerda ese otro episodio de cuando los españoles, tras haber expulsado también por las bravas al usurpador Pepe Botella y el resto de la gabachada napoleónica, van y, en lugar de disfrutar de la libertad y ya en concreto de la primera constitución democrática de su Historia, la de Cadiz, van y reciben en olor de multitudes al peor monarca de toda su Historia, a Fernandito VI, el cual nada más llegar decretó la reinstauración inmediata del antiguo régimen estamental y encarceló a todos los liberalotes que se le pusieron a tiro, y nunca mejor dicho. De ahí entonces el famoso ¡Vivan las cadenas!

Pero bueno, me contuve y por toda respuesta le dije que: para que no nos quiten el jamón, hijo, ¿te imaginas, con lo que a ti te gusta?

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