viernes, 21 de octubre de 2011

¿TODO ESTO PARA QUÉ?



7 de junio de 1968, el coche en el que viajaban Txabi Etxebarrieta y el también activista Iñaki Sarasketa es detenido por un control de la guardia civil en Aduna (Gipuzkoa). Temiendo que fueran descubiertos, Txabi Etxebarrieta descendió del coche disparando al agente José Pardines Arcay. Etxebarrieta y Sarasketa se dieron a la fuga refugiándose en la casa de un cura de Tolosa. Tras permanecer unas horas refugiados decidieron abandonar la casa parroquial, siendo parados inmediatamente por agentes de la guardia civil que aún no conocían sus identidades, durante el cacheo no detectaron la pistola que portaba Sarasketa, sin embargo sí encontraron la de Etxebarrieta, en ese momento se inició un tiroteo en el que resultó muerto Txabi Etxebarrieta con dos heridas de bala en Benta Haundi Tolosa.[3] Iñaki Sarasketa logró escapar del tiroteo apuntando con su arma al conductor de un coche, al que obligó a transportarle hasta la Iglesia de Errezil, donde se refugió para ser detenido al día siguiente.

Desde la primera hasta la última muerte absurda e injusta. Todo el dolor inflijido al prójimo, las familias rotas, las ausencias definitivas, los que se fueron, los que cayeron, el exilio de por vida, el exilio interior hasta convertirte en un extraño en tu propia tierra, todos los que echaron su vida por la borda, los que esparcieron el odio por todos los rincones, años de miradas que amenazaban, que mataban, el odio al adversario como único argumento, la eliminación física de éste como objetivo, vidas enteras en la trinchera, el miedo a cada vuelta de esquina, las paredes de los pueblos y ciudades de Euskal Herria cubiertas de fanatismo y odio, el paisaje de mi infancia y mi juventud, el recuento diario de los muertos en el telediario, las sonrisas de satisfacción por la muerte ajena en el rostro de tu prójimo, los amigos y parientes que no volverán a dirigirse nunca la palabra, a mirarse como tales, la bomba que despertaba por las mañanas, la que pusieron debajo de tu casa de la Avenida cuando crío, esa otra en el supermercado de debajo del negocio de tus padres, la que reventó al asesino que la llevaba a cuestas y esparció sus restos por la calle, la que sobresaltaba a los alumnos en mitad de clase, la del coche bomba junto al que diez minutos antes de matar a un político y su escolta habían pasado tus padres, los días y noches de sirenas, pelotas y botes de humo, cientos de manifestaciones que creíste justas y otras que no lo fueron tanto, la sensación de que la locura alcanzaba a todas partes y a todos, el insulto y el desprecio como única respuesta a los argumentos, los rostros de aquellos que siempre desean lo peor, dar la cara por un amigo mientras otros esconden el bulto, el dolor por cada hachazo en la amistad, aquel compañero de la facultad que aplaudió la muerte de un concejal al poco de conocerla, el miedo en forma de carta o amenaza velada, el sectarismo de los que sólo desfilan bajo su propia bandera, el hastío del silencio en las bocas y las miradas, la valentía de una madre que se rebela contra el silencio infame en su entorno cuando han matado a alguien, el envillanamiento progresivo de todo, los corazones que se hacen de piedra a un lado y otro, la incapacidad de reflexión, de reconocer el dolor en todos los lados, de perdón. ¿Todo esto para qué?

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