miércoles, 5 de octubre de 2011

TESTOSTERONA


Leo por ahí las conclusiones de uno de esos estudios que, más allá del rigor científico o académico que se les suponen, a veces parecen puras verdades de perogrullo. El estudio en cuestión sobre la testosterona establece lo siguiente:

Cuando los hombres tienen hijos disminuyen de forma sensible sus niveles de testosterona. Y dado que la testosterona está considerada, por los procesos que regula-, la hormona virilizante, es lógico pensar que un descenso en su concentración sanguínea ha de afectar, en cierta medida al menos, a las funciones o rasgos de los que depende la masculinidad. Así pues, podría afirmarse que, en cierto modo, la paternidad hace a los hombres menos “masculinos”.

Y no digo que no, lo que me pregunto es a ver qué tipo de trabajo de campo habrán hecho los autores del estudio, porque yo solito puedo dar fe de tamaño aserto científico en base a mi propia experiencia. Soy padre de dos hijos, trabajo mal que bien en casa y por lo tanto saco el tiempo suficiente para llevar, traer y alimentar a mis retoños. Eso evidentemente no me hace menos masculino, eso me hace responsable y sobre todo partícipe al cincuenta por ciento del cuidado y educación de mis hijos con mi pareja, la cual también se ocupa de ellos cuando llega de su trabajo, faltaría plus.

Así pues, en mi modesta y completamente acientífica opinión el supuesto descenso de testosterona no tiene tanto que ver con la asunción por parte del macho de las tareas hasta hace poco consideradas exclusivas del sexo femenino, sino más bien con la disposición del macho con hijos a cumplir con el mandato genético que la naturaleza parece haberle dado: meterla donde y a quien pueda. El estudio lo explica tal que así:

Los seres humanos tendemos a ser monógamos o monógamos secuenciales. Nos emparejamos durante periodos de tiempo relativamente largos. Y además, los varones humanos dedicamos cierta atención a nuestra progenie, tarea que puede prolongarse durante muchos años. En ese marco, si la testosterona se mantuviese en niveles altos tras la paternidad, aumentaría la probabilidad de que el varón dedicase demasiado tiempo y energía a buscar otra posible pareja, y ello iría en detrimento de la atención a sus hijos. De ese modo, la posible ganancia en términos de éxito reproductivo que pueda derivar de tener hijos con la nueva pareja, se vería contrarrestada por la posible pérdida que podría producirse por disminuir su contribución al cuidado y atención de los que ya tiene.

Con lo que según el estudio de marras, la naturaleza es tan sabia que, independientemente del compromiso personal con tu pareja, el cariño que tengas a tu santa, de tus valores o la voluntad de actuar de acuerdo a tales, a la mayoría de nosotros la parternidad nos reduce la testosterona para que, una vez pillado, no vayamos por ahí de flor en flor como eternos cabestros en celo. El estudio lo achaca a la regulación neuro-endocrinal de nuestro organismo. En cambio, servidor es tan científicamente osado que no puede sino fijarse en su propia experiencia.

Sin ir más lejos, hoy al mediodía, tras recoger al mayor a las dos, esperar a mi señora para acercarla hasta su oficina a y cuarto, despedir a la madre tras una discusión acerca de si el crío se va con ella a comer a un burguer como le prometió ayer y que la merluza con salsa verde que tenía previsto hoy que se la coma Rita la cantaora, y acabar dando un voltio de la hostia para llegar a casa tras mil y un bocinazo, me dispongo a cocinar. Como llego sudando la gota gorda porque estamos en plena canícula, me ducho antes de ponerme a la faena mientras caliento el aceite. El aceite se quema porque me entretengo secándome los cataplines. Vuelvo a calentar aceite, frío los ajos, frío los lomos de merluza para sellarlos, los retiro, echo las almejas, los guisantes, la harina y el vino verde, preparo la salsa verde según un truco que aprendí de Argiñano y que consiste en echar el perejil entero en un recipiente para batir la salsa de las almejas, una pizca de aceite y del fumé preparado con las espinas, todo eso para una vez batido obtener una preciosa y casi fosforita salsa verde.

Ese es momento en el que, por lo que sea, que yo que sé que hoy no me centro para nada, será el calor, será que no me llama o escribe quien tiene que hacerlo, que me tiene en vilo, serán mis neuras de costumbre, voy y presiono el botón de batir y de repente me que me encuentro con toda la cocina redecorada de verde gotelé. Me cago en Díos, la Virgen, el niño, la burra, el buey y los pastorcitos como está mandado. A pasar el trapo sea dicho mientras vierto lo que queda de la salsa en la sartén para terminar la merluza, agobiado porque no se me pase, sudando como un cerdo porque entre el calor habitual en esa cocina y el del fuego ya no sé quién se está cocinando, si la merluza o un servidor. Pero parece que el trapo cada vez que pasa por encima de las puertas de los armarios extiende todavía más el verde perejil. Eso y que como también he estado fregando me encuentro con un charco de agua a mis pies con sus motitas verdes; ni que decir tiene que al echar hacia atrás extiendo todavía más la mugre esmeralda por el suelo de la cocina. No hay nombres en el Santoral para tanta defecación oral como la que emprendo. Pero hay que acabar de preparar la merluza, limpiar la cocina, fregar y secar lo que está en el fregadero, ordenar la cocina. hacer como que no ha pasado nada. Y todo ello a la velocidad de la luz porque falta poco para ir a recoger al pequeño. Pero todavía hay que pasar la fregona que en vez de recoger el agua la extiende, el aspirador que no aspira, esparce, la bayeta que embadurna todo de verde, limpiar los fuegos mientras me quemo una mano, cerrar las puertas del armario de la cocina después de clavárme una en la cabeza, comer a toda hostia aún a riesgo de atragantarme con una espina... En fin, que llego a la guardería con la lengua fuera y sin hacer la digestión, que el enano me somete a sus tres cuartos de hora de columpios a lo ahora súbeme aquí, bájame, sujétame que me tiro. Regreso a casa con el enano bajo el brazo asido de una mano y el cochecito en la otra, eso tras un intenso forcejeo para tratar de despegarlo del columpio al que se había agarrado. De vuelta en casa intento hacer algo en el ordenata mientras el monstruo se me sube encima, se me mete entre las piernas, berrea como en una txarriboda (matanza del cerdo). También intento hacerle la merienda y más de lo mismo. Acabo con él en el cuarto de juegos, en el suelo, rodeado de dinos, cochecitos y pelotas, a merced de sus niñerías, que yo no sé si me quiere sacar un ojo o se piensa que lo que tengo dentro son dos huevos Kinder de esos. No veo el momento de ver aparecer por la puerta a mi señora. Y no precisamente para lanzarme en sus brazos, colmarla de besos y ya luego rematar la faena en el dormitorio. Qué cojones, que aparezca de una puta vez para que me quite el crío de encima, que deje de berrear al ver a su madre, que se tome el bibe que tanto me ha costado prepararle. En fin, que aparezca para que pueda descansar... cinco minutos antes de salir pitando hacia el Mercadona.

No voy a tener la testosterona por lo suelos, no voy a ser monógamo a la fuerza tras haber sido padre, si es que veo un tío con su pareja y me digo, ¡tú dale, dale, un besico, un arrumaco, qué bonito el amor, oyes, no sabes lo que te espera, desgraciado!, si es que veo una tía por la calle y me dan ganas de cambiar de acera no vaya a querer aparearse, que yo antes era un macho en continuo celo y hoy soy un padre en permanente estado de cansancio y cabreo, i´m broken.

Los seres humanos tendemos a ser monógamos o monógamos secuenciales. Nos emparejamos durante periodos de tiempo relativamente largos. Y además, los varones humanos dedicamos cierta atención a nuestra progenie, tarea que puede prolongarse durante muchos años. En ese marco, si la testosterona se mantuviese en niveles altos tras la paternidad, aumentaría la probabilidad de que el varón dedicase demasiado tiempo y energía a buscar otra posible pareja, y ello iría en detrimento de la atención a sus hijos. De ese modo, la posible ganancia en términos de éxito reproductivo que pueda derivar de tener hijos con la nueva pareja, se vería contrarrestada por la posible pérdida que podría producirse por disminuir su contribución al cuidado y atención de los que ya tiene.

No sé si seré monógamo secuencial o demencial, sólo que una vez emparejado, con todo que he invertido en ello, con todo que quiero a mi media melona y tal, esta ya es la última porque no repito, anda que no me da pereza pensar que a la mía le puede atropellar un urbano, darle un infarto, algo terminal o tocarle la lotería, sólo con pensar que tendría que volver al mercado me entran agujetas existenciales, dedicar tiempo y energía a ir detrás de una pava como un ciervo en plena berrea, someterme al martirio del ligoteo, volver a mentir como un bellaco, ser humillado por ellas, esquivar el compromiso con el reloj biológico de la mantis de turno; no es que sea monógamo, es que en eso soy un vago de mil pares de... razones.

Pero bueno, por si le interesa a alguien el estudio en cuestión: Lee T. Gettler, Thomas W. McDade, Alan B. Feranil, y Christopher W. Kuzawa (2011): Longitudinal evidence that fatherhood decreases testosterone in human males PNAS 108 (39): 16194-16199. www.pnas.org/cgi/doi/10.1073/pnas.1105403108

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